Julián Zugazagoitia Mendieta fue un político, periodista y escritor español fusilado por el gobierno de Francisco Franco cuando contaba apenas con 41 años de edad. Al finalizar la Guerra Civil Española era el secretario general de Defensa Nacional, y tras exiliarse en Francia fue capturado por la temible policía secreta de Alemania, la cual lo entregó al franquismo.
En la última carta que Zugazagoitia escribió le pidió a Julita, su esposa, que, “de poder, os decidáis a embarcar para Méjico, ya que a España no debéis pensar en venir y en Francia, con el bloqueo inglés, la vida irá haciéndose cada vez más difícil. En Méjico, además de paz, encontraréis las ayudas que podéis necesitar”.
De esta manera, en México nació Sonia Villarías Zugazagoitia, nieta de Julián y Julita y quien a la postre se casaría con José Luis Gaspar Llacer, matrimonio que concebiría al escritor mexicano Diego Gaspar Villarías.
“En mi vida personal, mi bisabuelo fue un referente familiar y fue una especie de tótem porque yo, cuando supe de él, ya había sido fusilado”, responde Diego Gaspar cuando se le pregunta al respecto. “Siempre fue una incógnita para la familia, fue un personaje muy mitificado. Imagínate, un hombre que muere a los 40 años fusilado se vuelve un tótem”.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
A partir de aquella última misiva escrita por Zugazagoitia, Gaspar concibió La carta del abuelo, una novela que relata las correrías de dos hermanos gemelos tras hallar una carta que los conduce a una conciliatoria aventura familiar. Publicada recientemente por la editorial Suma de Letras, la obra envía a estos hermanos también a la entraña de un misterio de dolor y anhelo de supervivencia y a un viaje que los hace desvelar algunos de los grandes secretos de la filiación y los entramados familiares.
“Esta novela es de corte íntimo, pero también tiene la virtud de que puede ser una novela universal. Los temas que trato ocurren dentro de la intimidad de una familia, pero también se vuelve una especie de espejo en donde muchos lectores se pueden encontrar y definir su propia historia a partir de la historia de los demás”, explica el novelista mexicano, quien también es autor del libro Un prodigio posible. Letras de futbol amateur.
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—¿Cómo justificas la escritura de esta novela, Diego?
—Esta es una historia que yo definiría como una colección de sentimientos que busca honrar la memoria de un recuerdo. Así la definiría porque todo nace con la carta de un bisabuelo mío, un bisabuelo que fue uno de los últimos funcionarios de la República Española, y cuando cae la República Española y toma el poder Franco, a este hombre lo fusilan y deja una carta. A partir de esa carta escribí la historia de dos hermanos gemelos que, una vez que encuentran la carta, deciden ir en busca de toda información sobre su bisabuelo y hacen el recorrido que el bisabuelo hace de París, cuando lo detienen, y lo llevan a Madrid.
—Es importante aclarar que esta no es una biografía de tu bisabuelo...
—No. En esa aventura, los gemelos, adolescentes de preparatoria, encuentran dos temas: uno, reconocen su filiación y su identidad familiar, y dos, aprenden a reconciliarse consigo mismos. Estas son las grandes resonancias que quiero que el lector identifique, la parte de la filiación, que pertenecemos a una familia; el hecho de que seamos hijos, padres, hermanos nos modifica, nos crea, nos define.
—No obstante, ello no le resta la importancia que la historia le debe a tu bisabuelo...
—En el orden histórico, mi bisabuelo fue un personaje muy valioso de la República Española. Fue diputado en las cortes, después estuvo en la Secretaría de Gobernación con el presidente [Juan] Negrín, y al final estuvo en la Dirección General de Seguridad, un órgano que dependía de Gobernación, pero que tenía muchas facultades para controlar los disturbios. Él durante su mandato fue un personaje que se cuidó mucho, estaba por definirse la guerra, y cuando las escaramuzas estaban en su final, había gente que no sabía si era republicano o franquista, pues eso no era lo importante. Mas la historia dio una vuelta, le dio el poder a Franco, y mi bisabuelo tuvo que partir. Fue un personaje importante de la Segunda República Española y, además, fue un escritor también reconocido en su época. A pesar de que vivió muy poco tiempo, fue un personaje de la literatura y de la política españolas trascendente.
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—¿A ustedes como familia les ha quedado claro por qué lo fusilaron?
—La causa fue por rebeldía y porque dirigía un periódico que se llamaba El Socialista, el cual los jueces calificaron como que incitaba a la rebeldía. Esos fueron los cargos iniciales. La verdad es que fue un preso político y fue un muerto político. Al final, Franco tuvo que dar un ejemplo y tuvo que castigar y dar un golpe de mesa contra los principales funcionarios del régimen.
—¿Cuál es tu opinión, qué repercusiones tuvo en tu árbol genealógico la Guerra Civil Española?
—Tuvo muchas repercusiones porque es también un recuerdo histórico. A pesar de que yo no soy historiador, la Guerra Civil fue para mí uno de los primeros hitos en mi preparación histórica, siempre fue un telón de fondo porque, además, nosotros, la familia, íbamos todos los domingos a comer a un lugar donde se reunían españoles, conocíamos a personas, mucha de mi familia o de mis conocidos tenían abuelos que eran exiliados. Entonces a mí, como escritor y como individuo, históricamente me marcó muchísimo la Guerra Civil Española porque muchas de las personas cercanas vivieron ese trance. Fue una guerra como cualquier otra que partió historias y partió familias, partió una vena de un árbol genealógico.
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—Ahora, ya con la novela publicada, ¿cómo te hallas tú en estos desfogues fundamentales de filiación, reconciliación e identidad?
—Al escribirla yo también pasé por un proceso de reconciliación, sobre todo con mis padres. Siempre en las familias hay temas que tienes que resolver, y escribirla me ayudó mucho a reconciliarme y a entender el sello familiar al que pertenezco, como cualquier otro, y sin ningún tipo de condicionamiento. Lo que sí entendí es que venimos de un origen, y ese origen nos marca y nos define. Esa fue de las grandes lecturas y de las grandes enseñanzas que me dejó escribir la novela.
—Desde un punto de vista rigurosamente autocrítico, ¿qué te agrada y qué te desagrada de La carta del abuelo?
—Me gusta mucho que logré el equilibrio de la sentimentalidad. Es una novela sentimental, pero sin llegar a caer en lo cursi, y esa es una virtud, hay un equilibrio que no detiene al lector y no lo duerme, al contrario, le va dando ritmo. Me gustó también que puede ser una novela íntima sin dejar de ser universal. Muchos lectores se pueden conectar con la historia a pesar de que es muy íntima. Y lo que no me gusta es que no desarrollé más la historia que corre paralela a los gemelos, Julia y Diego, la que tiene que ver con la familia de ellos, la familia que está en un barco. Esa historia quizá me hubiera gustado desarrollarla más, me quedé un poco corto en esa parte, era una historia muy bonita.
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