LA
QUEMA DE LIBROS EN LA
GUERRA CIVIL
Las
bibliotecas particulares definen
la ideología de una persona, los contextos en que socializa, las
compañías, literarias o físicas, que frecuenta, su manera de
enfrentarse al mundo que le rodea, leer es un acto político y, por tanto, una práctica normalmente perseguida por regímenes
dictatoriales. Los
libros y su
contenido
son
un reflejo poderoso de las ideologías, creencias y experiencias de
una persona. La lectura puede ser un acto de resistencia,
especialmente en tiempos de opresión política.
La
quema de libros y la censura de la literatura han sido tácticas
comunes utilizadas por regímenes autoritarios para suprimir ideas y
pensamientos contrarios a su ideología, la historia de la censura de
libros es larga y compleja. Podemos
empezar señalando, como recuerda Werner Fuld en su Breve
historia de los libros prohibidos, que
el
primer emperador romano, Augusto, es conocido por haber ordenado la
quema de libros proféticos que podrían cuestionar su ascenso al
poder. Esta es una de las primeras noticias
documentadas
de censura de libros.
Además,
la Biblia también fue prohibida en Roma en un intento de frenar la
expansión del cristianismo por el Imperio. A lo largo de la
historia, los textos sagrados de diversas religiones han sido
prohibidos o su difusión ha sido mal vista en territorios donde
predomina una religión diferente. Esto incluye no solo la Biblia,
sino también el Corán y la Torá.
La
censura de libros ha sido una herramienta utilizada por aquellos en
el poder para controlar la narrativa y limitar la disidencia o las
ideas que podrían desafiar el status quo. Aunque hoy en día la
libertad de expresión es un derecho protegido en muchas partes del
mundo, la censura de libros sigue siendo una práctica habitual en
algunos países.
A
lo largo de la historia, varios regímenes han utilizado la censura
de libros como una forma de controlar la difusión de ideas y
mantener su autoridad. Aquí tenemos algunos ejemplos:
El
Imperio Romano:
Prohibió el cristianismo y la Biblia, que explicaba todas las
creencias cristianas. La
Iglesia Católica: Prohibió muchas obras en el pasado,
especialmente textos y tratados sobre otras religiones y libros sobre
ciencia que anteponían el pensamiento racional a la fe cristiana.
Como
curiosidad, la Unión Soviética, Corea del Norte o China:
Prohibieron ‘Rebelión en la granja’ de George Orwell, una
metáfora sobre los peligros de un sistema autoritarios. Estados
Unidos: Prohibió ‘Las uvas de la ira’ de John Steinbeck,
que hablaba sobre la pobreza que afectaba a gran parte de la
población durante la Gran Depresión de los años 30 y el Crack del
29. En Irán: El Ayatolá Jomeini, su líder religioso, emitió una
fatua que sentenciaba a muerte al escritor Salman Rushdie por
la publicación de ‘Los versos satánicos’, considerado una
ofensa para el Islam.
Otra
de las grandes razones de las prohibiciones, fuera de las políticas,
es la religión; la Iglesia Católica ha tenido una larga historia de
censura a través del uso del Index Librorum Prohibitorum, o
Índice de Libros Prohibidos. Este índice fue una herramienta
utilizada por la Iglesia para prohibir la lectura de ciertos libros
que se consideraban perjudiciales para la fe católica. Fue
promulgado por primera vez en 1564 a petición del Concilio de
Trento, y la última edición se publicó en 1948. A lo largo de su
historia, el Índice incluyó las obras de muchos escritores y
pensadores influyentes, como Erasmo de Róterdam, François
Rabelais, Giordano Bruno y Thomas Hobbes.
Mirando
al siglo pasado y sus devenires políticos,
la imagen que más poderosamente se ha instalado en la memoria
colectiva ha sido la de la Alemania nazi, donde la furia desatada
contra las páginas de papel tomó forma en las quemas públicas que
organizó el ministro Goebbels
en la primavera de 1933.
Aunque mucho menos conocidas, las hogueras franquistas también
arrasaron toneladas de libros y otras publicaciones en España a
partir de 1936.
En
España, durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco, también
se llevaron a cabo actos similares de censura y destrucción de
libros. Las autoridades militares y civiles requisaron y quemaron
millones de libros y documentos relacionados con la cultura
republicana y las organizaciones que consideraban subversivas.
Estos
actos de censura y destrucción no solo buscaban eliminar las ideas
contrarias al régimen, sino también instaurar miedo y control sobre
la población. Sin embargo, a pesar de estos intentos de supresión,
las ideas y la literatura a menudo encuentran formas de sobrevivir y
continuar influyendo en las generaciones futuras. La resistencia a
través de la literatura y la cultura es un testimonio del poder de
las palabras y las ideas.
En
este sentido, las autoridades militares en colaboración con las
civiles debían requisar en las zonas controladas y en las que se
fueran conquistando toda la documentación de las “sociedades
masónicas, Liga de Derechos del Hombre, Amigos de Rusia, Socorro
Rojo Internacional, Cine Clubs (material cinematográfico), Ligas
Anti- Fascistas, Ateneos Libertarios, Instituciones Naturistas, Ligas
contra la Guerra y el Imperialismo, Asociaciones Pacifistas,
Federación de los Trabajadores de la Enseñanza”.
En
Sevilla, Queipo de Llano publicó un bando el 4 de septiembre de 1936
y otro el 23 de diciembre de 1936, en el que acusaba a marxistas y
judíos de la propagación de “ideas peligrosas” en los libros,
por lo que ordenaba a sus patrullas el requisar libros, ya fueran de
kioscos, bibliotecas particulares y escuelas, luego “purgarlos” y
ver qué libros se destruían y cuáles no. Además, impuso la
censura previa y fuertes multas económicas a aquellos que
escondieras libros prohibidos por los golpistas, el bando del 4 de
septiembre de 1936 emitido por Queipo de Llano fue uno de los más
infames durante la Guerra Civil Española.
En
la ciudad de Córdoba,
en el verano de 1936, la quema de libros estuvo dirigida por un
teniente de la guardia civil llamado Bruno Ibáñez, que, en
entrevistas concedidas a la edición sevillana del ABC
el 26 de septiembre de 1936 y a El Defensor de Córdoba el 5 octubre,
presumía de que solo de una vez había destruido más de 5.400
libros. Al mismo tiempo que destruía todos esos volúmenes, el
teniente Ibáñez programó un ciclo de películas religiosas y de
documentales nazis en la ciudad.
Esta
actuación hizo que le apodaran “El Terror de Don Bruno”
(septiembre de 1936 - febrero de 1937). Una de sus primeras medidas
fue la quema de libros de todo tipo de ideologías y procedencia. Al
tomar posesión de su cargo hizo méritos, arrestando de inmediato a
109 personas a partir de las listas que le presentaban terratenientes
y eclesiásticos. A diario se producían ejecuciones en el
cementerio y en las carreteras que salían de la ciudad. Aparecían
jornaleros fusilados en los caminos o entre los olivos.
Uno
de los casos más sangrante fue hacer fusilar a un camarero del Hotel
de España y Francia,
donde
él vivía, porque el mismo, había sido testigo
de los comentarios poco ejemplares de este camarero.
Así
en una nota publicada por ABC
de Sevilla el
26 de septiembre
de ese mismo año decía sobre la quema de Córdoba:
“En
nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento
del Ejército salvador de España, por bravos muchachos de Falange
Española fueron recogidos de kioscos y librerías centenares de
ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados como
merecían. Asimismo, muy recientemente, los valientes y abnegados
Requetés realizaron análoga labor, recogiendo también otro gran
número de ejemplares de esas malditas lecturas que deben desaparecer
para siempre del pueblo español”
Especialmente
trágica fue la quema de libros hecha en un antiguo huerto de la
Universidad Central de Madrid (hoy la Complutense) el 30 de abril de
1939, durante la Feria del Libro de ese año. La quema fue organizada
por el SEU y presidida por los falangistas David Jato y Antonio
Luna, (catedrático de Derecho) que además se encargó de
escoger los libros a destruir (se ha calculado en varios miles).
Al
acto, acudieron líderes de Falange, del SEU y algunos jerarcas de la
dictadura. Fue noticia en el diario monárquico ABC y en el
católico Ya, este último publicó el 2 de mayo de 1939 que:
“El
Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del
Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de
la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la
barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde
tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a
ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y
envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las
banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las
milicias universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y
mantillas prendían en el conjunto viril y austero una suave flor de
belleza y simpatía. Prendido el fuego al sucio montón de papeles,
mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador
chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con
ardimiento y valentía el himno Cara al sol”.
Paco
Robles