19 de abril de 2024

 

LA QUEMA DE LIBROS EN LA GUERRA CIVIL

Las bibliotecas particulares definen la ideología de una persona, los contextos en que socializa, las compañías, literarias o físicas, que frecuenta, su manera de enfrentarse al mundo que le rodea, leer es un acto político y, por tanto, una práctica normalmente perseguida por regímenes dictatoriales. Los libros y su contenido son un reflejo poderoso de las ideologías, creencias y experiencias de una persona. La lectura puede ser un acto de resistencia, especialmente en tiempos de opresión política.

La quema de libros y la censura de la literatura han sido tácticas comunes utilizadas por regímenes autoritarios para suprimir ideas y pensamientos contrarios a su ideología, la historia de la censura de libros es larga y compleja. Podemos empezar señalando, como recuerda Werner Fuld en su Breve historia de los libros prohibidos, que el primer emperador romano, Augusto, es conocido por haber ordenado la quema de libros proféticos que podrían cuestionar su ascenso al poder. Esta es una de las primeras noticias documentadas de censura de libros.

Además, la Biblia también fue prohibida en Roma en un intento de frenar la expansión del cristianismo por el Imperio. A lo largo de la historia, los textos sagrados de diversas religiones han sido prohibidos o su difusión ha sido mal vista en territorios donde predomina una religión diferente. Esto incluye no solo la Biblia, sino también el Corán y la Torá.

La censura de libros ha sido una herramienta utilizada por aquellos en el poder para controlar la narrativa y limitar la disidencia o las ideas que podrían desafiar el status quo. Aunque hoy en día la libertad de expresión es un derecho protegido en muchas partes del mundo, la censura de libros sigue siendo una práctica habitual en algunos países.

A lo largo de la historia, varios regímenes han utilizado la censura de libros como una forma de controlar la difusión de ideas y mantener su autoridad. Aquí tenemos algunos ejemplos:

El Imperio Romano: Prohibió el cristianismo y la Biblia, que explicaba todas las creencias cristianas. La Iglesia Católica: Prohibió muchas obras en el pasado, especialmente textos y tratados sobre otras religiones y libros sobre ciencia que anteponían el pensamiento racional a la fe cristiana.

Como curiosidad, la Unión Soviética, Corea del Norte o China: Prohibieron ‘Rebelión en la granja’ de George Orwell, una metáfora sobre los peligros de un sistema autoritarios. Estados Unidos: Prohibió ‘Las uvas de la ira’ de John Steinbeck, que hablaba sobre la pobreza que afectaba a gran parte de la población durante la Gran Depresión de los años 30 y el Crack del 29. En Irán: El Ayatolá Jomeini, su líder religioso, emitió una fatua que sentenciaba a muerte al escritor Salman Rushdie por la publicación de ‘Los versos satánicos’, considerado una ofensa para el Islam.

Otra de las grandes razones de las prohibiciones, fuera de las políticas, es la religión; la Iglesia Católica ha tenido una larga historia de censura a través del uso del Index Librorum Prohibitorum, o Índice de Libros Prohibidos. Este índice fue una herramienta utilizada por la Iglesia para prohibir la lectura de ciertos libros que se consideraban perjudiciales para la fe católica. Fue promulgado por primera vez en 1564 a petición del Concilio de Trento, y la última edición se publicó en 1948. A lo largo de su historia, el Índice incluyó las obras de muchos escritores y pensadores influyentes, como Erasmo de Róterdam, François Rabelais, Giordano Bruno y Thomas Hobbes.

Mirando al siglo pasado y sus devenires políticos, la imagen que más poderosamente se ha instalado en la memoria colectiva ha sido la de la Alemania nazi, donde la furia desatada contra las páginas de papel tomó forma en las quemas públicas que organizó el ministro Goebbels en la primavera de 1933. Aunque mucho menos conocidas, las hogueras franquistas también arrasaron toneladas de libros y otras publicaciones en España a partir de 1936.

En España, durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco, también se llevaron a cabo actos similares de censura y destrucción de libros. Las autoridades militares y civiles requisaron y quemaron millones de libros y documentos relacionados con la cultura republicana y las organizaciones que consideraban subversivas.

Estos actos de censura y destrucción no solo buscaban eliminar las ideas contrarias al régimen, sino también instaurar miedo y control sobre la población. Sin embargo, a pesar de estos intentos de supresión, las ideas y la literatura a menudo encuentran formas de sobrevivir y continuar influyendo en las generaciones futuras. La resistencia a través de la literatura y la cultura es un testimonio del poder de las palabras y las ideas.

En este sentido, las autoridades militares en colaboración con las civiles debían requisar en las zonas controladas y en las que se fueran conquistando toda la documentación de las “sociedades masónicas, Liga de Derechos del Hombre, Amigos de Rusia, Socorro Rojo Internacional, Cine Clubs (material cinematográfico), Ligas Anti- Fascistas, Ateneos Libertarios, Instituciones Naturistas, Ligas contra la Guerra y el Imperialismo, Asociaciones Pacifistas, Federación de los Trabajadores de la Enseñanza”.

En Sevilla, Queipo de Llano publicó un bando el 4 de septiembre de 1936 y otro el 23 de diciembre de 1936, en el que acusaba a marxistas y judíos de la propagación de “ideas peligrosas” en los libros, por lo que ordenaba a sus patrullas el requisar libros, ya fueran de kioscos, bibliotecas particulares y escuelas, luego “purgarlos” y ver qué libros se destruían y cuáles no. Además, impuso la censura previa y fuertes multas económicas a aquellos que escondieras libros prohibidos por los golpistas, el bando del 4 de septiembre de 1936 emitido por Queipo de Llano fue uno de los más infames durante la Guerra Civil Española.

En la ciudad de Córdoba, en el verano de 1936, la quema de libros estuvo dirigida por un teniente de la guardia civil llamado Bruno Ibáñez, que, en entrevistas concedidas a la edición sevillana del ABC el 26 de septiembre de 1936 y a El Defensor de Córdoba el 5 octubre, presumía de que solo de una vez había destruido más de 5.400 libros. Al mismo tiempo que destruía todos esos volúmenes, el teniente Ibáñez programó un ciclo de películas religiosas y de documentales nazis en la ciudad.

Esta actuación hizo que le apodaran “El Terror de Don Bruno” (septiembre de 1936 - febrero de 1937). Una de sus primeras medidas fue la quema de libros de todo tipo de ideologías y procedencia. Al tomar posesión de su cargo hizo méritos, arrestando de inmediato a 109 personas a partir de las listas que le presentaban terratenientes y eclesiásticos. A diario se producían ejecuciones en el cementerio y en las carreteras que salían de la ciudad. Aparecían jornaleros fusilados en los caminos o entre los olivos.

Uno de los casos más sangrante fue hacer fusilar a un camarero del Hotel de España y Francia, donde él vivía, porque el mismo, había sido testigo de los comentarios poco ejemplares de este camarero.

Así en una nota publicada por ABC de Sevilla el 26 de septiembre de ese mismo año decía sobre la quema de Córdoba:

En nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento del Ejército salvador de España, por bravos muchachos de Falange Española fueron recogidos de kioscos y librerías centenares de ejemplares de esa escoria de la literatura que fueron quemados como merecían. Asimismo, muy recientemente, los valientes y abnegados Requetés realizaron análoga labor, recogiendo también otro gran número de ejemplares de esas malditas lecturas que deben desaparecer para siempre del pueblo español”

Especialmente trágica fue la quema de libros hecha en un antiguo huerto de la Universidad Central de Madrid (hoy la Complutense) el 30 de abril de 1939, durante la Feria del Libro de ese año. La quema fue organizada por el SEU y presidida por los falangistas David Jato y Antonio Luna, (catedrático de Derecho) que además se encargó de escoger los libros a destruir (se ha calculado en varios miles).

Al acto, acudieron líderes de Falange, del SEU y algunos jerarcas de la dictadura. Fue noticia en el diario monárquico ABC y en el católico Ya, este último publicó el 2 de mayo de 1939 que:

El Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las milicias universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y mantillas prendían en el conjunto viril y austero una suave flor de belleza y simpatía. Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al sol”.



Paco Robles