Al llegar a Granada le maravilló la fertilidad de la Vega y los dos ríos, Genil y Darro, y le admiraron los viñedos de los alrededores. En el tiempo que pasó en la ciudad pudo conocer a gentes distinguidas y eruditas, con mención especial del gran cadí Ibn Manzūr, cuyos conocimientos jurídicos le asombraron. De sus habitantes destacó su valentía.
La ciudad, que le traía a la memoria Damasco, le impresionó por la abundancia de su agua, por el número y la belleza de sus edificios públicos y monumentos, por las numerosas congregaciones religiosas que había en ella y por el rico ambiente literario, científico y artístico. Llegó a decir que era la urbe más grandiosa y bella del Islam.
Realmente, el aspecto de Granada debía de ser espléndido. En aquellos años ya se disfrutaba de las reformas y nuevas construcciones que el siglo anterior se llevaron a cabo durante los reinados de Yūsuf I y Muḥammad V, plasmadas en los edificios de la Madraza, el maristán y la alhóndiga nueva (Ŷadīda) en la madīna, que exponían sus fachadas bellamente decoradas. A ellas habrían de sumarse las ya existentes y cercanas alhóndigas de Zayda y de los Genoveses, la Alcaicería, la mezquita y las puertas que cerraban la explanada de Bibarrambla, además de los palacios anteriormente existentes.
Sería una ciudad llena de vida, con los mercaderes de sedas moviéndose por las callejas de la alcaicería, los maestros y estudiantes que acudían a la madraza, los médicos y pacientes del maristán y sus calles llenas de gentes entre los que se mezclaban granadinos, musulmanes, norteafricanos y comerciantes cristianos.
La Alhambra, tras las reformas llevadas a cabo por estos mismos sultanes, disponía de las grandes torres de su conjunto, la de la Justicia, la del Cadí, la de la Cautiva y, sobre todo, la de Comares. Dentro del recinto palatino se habían concluido las obras de Comares, Mexuar y Arrayanes y añadido el gran Patio de los Leones. La reciedumbre de sus muros rojizos y torres custodiaba un interior de suelos y columnas de mármol blanco, tapices y alfombras de sedas de colores, techos de mocárabes, fuentes y albercas que llevaban el agua a sus patios y sus estancias, techos de madera labrada, muros decorados con atauriques y caligrafía, policromados de azul, rojo y dorado.
El conjunto que formaban la ciudad y la Alhambra, rodeadas por el verdor de la Vega y la blancura de Sierra Nevada, sería esplendoroso y deslumbraría a los visitantes de cualquier parte que vinieran.
También en lo político el Reino vivía entonces con Muley Hacén momentos de prosperidad, firmeza y seguridad, los postreros de su historia, siendo él mismo el último soberano que gobernó todo el reino unido. Hacía poco tiempo que había accedido al trono, y sus comienzos florecientes por sus buenas relaciones con el sultán ḥafsí y la debilidad de Castilla en los años finales de Enrique IV, le llevaron a recomponer el ejército y mejorar los sistemas defensivos, incluso atacando con éxito tierras cristianas.
En sus observaciones sobre la artesanía granadina encontramos referencias a un tipo de arcilla roja, similar al bol arménico, con la que se fabricaban vasijas para agua, muy ligeras y que proporcionaban un excelente sabor, además de dar al agua propiedades beneficiosas para purificar la sangre.
El 29 de yumādà I del 870/ 17 de enero 1466, fue recibido en la Alhambra por Muley Hacén, quien lo atendió como un huésped de honor, ya que venía bien recomendado por las cortes norteafricanas en las que había estado. En aquella entrevista, el sultán se interesó por la política de Egipto y del Magreb. Entre los presentes que le hizo, le concedió un salvoconducto para viajar por todo el reino sin pagar ningún tipo de impuesto.
‘Abd al-Bāsiṭ visita el Reino de Granada
Camilo Álvarez de Morales
Investigador científico de la Escuela de Estudios Árabes (CSIC) Granada
casadelchapiz@gmail.com
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