30 de septiembre de 2017

Miguel Vega Álvarez (1915-2006)


Miguel Vega Álvarez (1915-2006) nació en la estación del ferrocarril de El Cuervo. Su padre era ferroviario y trabajaba allí, donde pasó los primeros años de su vida. Hasta que cumplió 14. Fue entonces cuando su familia se trasladó a Jerez. Siempre se acordó de las palabras que le dijo su abuelo antes de marcharse: “Miguel, por bien, por muy bien que te vaya a lo largo de la vida, donde quiera que estés, lejos, muy lejos de este lugar, nunca podrás olvidar estos años que has pasado aquí. Son los años que siempre se recuerdan como los mejores”. Y no se equivocó. “Siempre que tuve ocasión pasé por allí”, cuenta el propio Miguel en su biografía, Episodios personales, reminiscencias de la Guerra Civil española, y que este sábado 30 de septiembre, a las 19:30 horas, en la biblioteca Sebastián Oliva de la CNT de Jerez —en el edificio de la plaza del Arenal— recordarán a través de una entrevista que le hicieron a Miguel en el año 2000.


Miguel es un anarquista jerezano que vivió en sus carnes el movimiento obrero durante la II República, el inicio de la Guerra Civil y la represión —estuvo preso por pertenecer a la CNT—, por lo que se terminó fugando de la cárcel y, finalmente, exiliándose en Francia, después de estar muchos años vagando por el país de forma clandestina. Es hermano de Cristóbal Vega Álvarez, conocido por su faceta literaria, y por haber estado en las prisiones españolas en torno a 1958 y haber protagonizado una campaña internacional por su liberación como preso político —“el obrero poeta”, lo llamaban—. “A partir de la fundación de la Falange Española empezaron tiempos de violencia. Las bandas fascistas provocaban altercados violentos a pistoletazos. Atacaban a las juventudes de izquierdas, nos defendíamos, se luchaba a brazo partido, en situación de desigualdad absoluta, con el fascismo que se veía venir con toda su bestialidad”, relata el propio Miguel en su libro.


Así cuenta cómo lo trasladaron a la cárcel de San Lorenzo: “Fue bastante desagradable. Nos amarraron, unos con cuerdas, otros con alambres (…) La manta y la poca ropa que teníamos era lo que se podía llevar (…) Yo estaba en la sexta galería. Éramos unos 1.200. El suelo era de madera. Nos pertenecía a cada uno unos 50 centímetros a lo ancho. El ancho de la galería no recuerdo más o menos cómo era, pero donde terminaban los pies de la fila que había tenido la suerte de coger un sitio junto a la pared, allí empezaba otra fila. Y así sucesivamente, hasta juntarse con la fila de la otra pared, que también tenían la suerte de tener la cabeza junto a la pared. Total, cruzados los cuerpos más o menos. Algo espantoso el hacinamiento”.


Luego fue a otra prisión, Porlier, donde estaba recluido junto a unos 6.200 presos, hacia 1939. “Tenía la convicción de que a mí me tenían muchas ganas los falangistas de Jerez —relata Miguel—, nos habíamos enfrentado varias veces en la calle y eso no lo perdonarían por nada. La primera vez que se presentó Solís, el abogado de marras, en la cárcel de San Lorenzo, de seguida me largó: Tú pertenecías a las Juventudes Libertarias y además fuiste de la comisión organizadora del Ateneo Libertario. 
Le dije que eso estaba dentro de la Ley.
 Sí, pero ahora no. Fue lo que me contestó”.


El anarquista jerezano cuenta que vio de cerca a las conocidas como las Trece Rosas antes de ser fusiladas, en el que es uno de los episodios más crueles —y simbólicos— de la represión franquista. “Estas chicas se entretenían jugando al abejorro —es un juego que consiste en ponerse tres personas de pie en fila, el de en medio con las manos en la boca haciendo el abejorro, y tratar de darle un coscorrón a uno de los que tiene al lado—. Así trataban de pasar la última noche de sus preciosas vidas aquellas lindas muchachitas. Cómo me impresionó aquello. Verlas tan jovencitas resignadas y dispuestas a morir con coraje”, cuenta Miguel Vega. En agosto de 1939, añade, también fueron fusilados 63 miembros de las Juventudes Socialistas y las Juventudes Libertarias. “Listas oficiales. Extraoficiales, muchos más”, agrega.







Pero Miguel siguió adelante con su plan. “Esta vez ya no tenía que contar con nadie. Las decisiones las tomaría yo solo. Así me entendería perfectamente con la comunidad que formé: discutía las decisiones y siempre llegaba a un acuerdo por unanimidad”, escribe con sorna el propio Miguel en sus memorias. Vega Álvarez se terminó refugiando en la estación de El Cuervo. Allí pasó una noche entera poniéndose al día con su madre, a la que no veía desde hacía meses. Sus padres, antes de volver a marcharse, le dijo: “Hay que ver, Miguel, con lo que tú has jugado y has correteado por todos estos campos y que tanto sé que te gusta esta estación de El Cuervo y que tengas que estar escondiéndote aquí donde naciste y te criaste, qué cosas tiene el destino tan desagradables como impensables”.El jerezano terminó regresando a la cárcel de San Lorenzo, donde fue diseñando poco a poco su plan de fuga, a sabiendas del riesgo que corría, porque todo el que lo intentaba, o simplemente parecía que lo hacía, sufría graves consecuencias en forma de palizas y torturas. Por aquel entonces ya estaba procesado, y en cualquier momento podía ser llamado a consejo de guerra, por lo que temía por su vida y se la jugó. El día elegido fue el domingo 25 de febrero de 1940 —“y no el 27 como consta en los papeles o documentación o expediente que tengo en mi poder de la Dirección General de Seguridad”, desmiente Vega—. “Salimos sin ser vistos. Nos tapamos pronto con unos montones de tierra. Después con unos muros de otras construcciones y pronto estuvimos mezclados con el público que paseaba por un paseo que estaba no demasiado lejos de por allí”, relata el anarquista, que acabó en casa de un familiar del compañero que se había fugado con él, que finalmente terminó entregándose.


Muchos años después de su fuga, Miguel seguía en busca y captura. Su cambio de nombre —se hizo llamar Francisco Hidalgo Cañestro, como un tío político suyo— no era suficiente. A finales de los 50, la policía y la guardia civil iban a su casa preguntando por él. “Esto era cada vez más desesperante”, dice en su biografía. Por eso, cuando sentía que “se cerraba la tenaza” sobre su cabeza, decidió comprar un billete de avión y exiliarse en Francia. Seis interminables meses después se reunió con él su pareja, Mary, que lo acompañó durante todas estas peripecias. También viajaron con ella sus hijos. El anarquista, después de todo lo vivido —años en prisión, vida en clandestinidad, exilio…— se lamenta de una cosa: “Lo triste de todo esto es el olvido oficial de nuestros mártires. Que no se hayan preocupado de buscar datos para hacer un censo lo más aproximado de todos aquellos crímenes. Ya cada vez van quedando menos por lo tanto cada vez más difícil. Y mejor para los herederos del franquismo, los hijos y los nietos de aquellos criminales, que viven muy bien en esta Constitución democrática que no querían, que la detestaban, pero que se están aprovechando”.

Miguel Vega Álvarez (1915-2006)

Miguel Vega Álvarez (1915-2006) nació en la estación del ferrocarril de El Cuervo. Su padre era ferroviario y trabajaba allí, donde pasó los primeros años de su vida. Hasta que cumplió 14. Fue entonces cuando su familia se trasladó a Jerez. Siempre se acordó de las palabras que le dijo su abuelo antes de marcharse: “Miguel, por bien, por muy bien que te vaya a lo largo de la vida, donde quiera que estés, lejos, muy lejos de este lugar, nunca podrás olvidar estos años que has pasado aquí. Son los años que siempre se recuerdan como los mejores”. Y no se equivocó. “Siempre que tuve ocasión pasé por allí”, cuenta el propio Miguel en su biografía, Episodios personales, reminiscencias de la Guerra Civil española, y que este sábado 30 de septiembre, a las 19:30 horas, en la biblioteca Sebastián Oliva de la CNT de Jerez —en el edificio de la plaza del Arenal— recordarán a través de una entrevista que le hicieron a Miguel en el año 2000.
Miguel es un anarquista jerezano que vivió en sus carnes el movimiento obrero durante la II República, el inicio de la Guerra Civil y la represión —estuvo preso por pertenecer a la CNT—, por lo que se terminó fugando de la cárcel y, finalmente, exiliándose en Francia, después de estar muchos años vagando por el país de forma clandestina. Es hermano de Cristóbal Vega Álvarez, conocido por su faceta literaria, y por haber estado en las prisiones españolas en torno a 1958 y haber protagonizado una campaña internacional por su liberación como preso político —“el obrero poeta”, lo llamaban—. “A partir de la fundación de la Falange Española empezaron tiempos de violencia. Las bandas fascistas provocaban altercados violentos a pistoletazos. Atacaban a las juventudes de izquierdas, nos defendíamos, se luchaba a brazo partido, en situación de desigualdad absoluta, con el fascismo que se veía venir con toda su bestialidad”, relata el propio Miguel en su libro.
Así cuenta cómo lo trasladaron a la cárcel de San Lorenzo: “Fue bastante desagradable. Nos amarraron, unos con cuerdas, otros con alambres (…) La manta y la poca ropa que teníamos era lo que se podía llevar (…) Yo estaba en la sexta galería. Éramos unos 1.200. El suelo era de madera. Nos pertenecía a cada uno unos 50 centímetros a lo ancho. El ancho de la galería no recuerdo más o menos cómo era, pero donde terminaban los pies de la fila que había tenido la suerte de coger un sitio junto a la pared, allí empezaba otra fila. Y así sucesivamente, hasta juntarse con la fila de la otra pared, que también tenían la suerte de tener la cabeza junto a la pared. Total, cruzados los cuerpos más o menos. Algo espantoso el hacinamiento”.
Luego fue a otra prisión, Porlier, donde estaba recluido junto a unos 6.200 presos, hacia 1939. “Tenía la convicción de que a mí me tenían muchas ganas los falangistas de Jerez —relata Miguel—, nos habíamos enfrentado varias veces en la calle y eso no lo perdonarían por nada. La primera vez que se presentó Solís, el abogado de marras, en la cárcel de San Lorenzo, de seguida me largó: Tú pertenecías a las Juventudes Libertarias y además fuiste de la comisión organizadora del Ateneo Libertario. 
Le dije que eso estaba dentro de la Ley.
 Sí, pero ahora no. Fue lo que me contestó”.
El anarquista jerezano cuenta que vio de cerca a las conocidas como las Trece Rosas antes de ser fusiladas, en el que es uno de los episodios más crueles —y simbólicos— de la represión franquista. “Estas chicas se entretenían jugando al abejorro —es un juego que consiste en ponerse tres personas de pie en fila, el de en medio con las manos en la boca haciendo el abejorro, y tratar de darle un coscorrón a uno de los que tiene al lado—. Así trataban de pasar la última noche de sus preciosas vidas aquellas lindas muchachitas. Cómo me impresionó aquello. Verlas tan jovencitas resignadas y dispuestas a morir con coraje”, cuenta Miguel Vega. En agosto de 1939, añade, también fueron fusilados 63 miembros de las Juventudes Socialistas y las Juventudes Libertarias. “Listas oficiales. Extraoficiales, muchos más”, agrega.

Pero Miguel siguió adelante con su plan. “Esta vez ya no tenía que contar con nadie. Las decisiones las tomaría yo solo. Así me entendería perfectamente con la comunidad que formé: discutía las decisiones y siempre llegaba a un acuerdo por unanimidad”, escribe con sorna el propio Miguel en sus memorias. Vega Álvarez se terminó refugiando en la estación de El Cuervo. Allí pasó una noche entera poniéndose al día con su madre, a la que no veía desde hacía meses. Sus padres, antes de volver a marcharse, le dijo: “Hay que ver, Miguel, con lo que tú has jugado y has correteado por todos estos campos y que tanto sé que te gusta esta estación de El Cuervo y que tengas que estar escondiéndote aquí donde naciste y te criaste, qué cosas tiene el destino tan desagradables como impensables”.El jerezano terminó regresando a la cárcel de San Lorenzo, donde fue diseñando poco a poco su plan de fuga, a sabiendas del riesgo que corría, porque todo el que lo intentaba, o simplemente parecía que lo hacía, sufría graves consecuencias en forma de palizas y torturas. Por aquel entonces ya estaba procesado, y en cualquier momento podía ser llamado a consejo de guerra, por lo que temía por su vida y se la jugó. El día elegido fue el domingo 25 de febrero de 1940 —“y no el 27 como consta en los papeles o documentación o expediente que tengo en mi poder de la Dirección General de Seguridad”, desmiente Vega—. “Salimos sin ser vistos. Nos tapamos pronto con unos montones de tierra. Después con unos muros de otras construcciones y pronto estuvimos mezclados con el público que paseaba por un paseo que estaba no demasiado lejos de por allí”, relata el anarquista, que acabó en casa de un familiar del compañero que se había fugado con él, que finalmente terminó entregándose.
Muchos años después de su fuga, Miguel seguía en busca y captura. Su cambio de nombre —se hizo llamar Francisco Hidalgo Cañestro, como un tío político suyo— no era suficiente. A finales de los 50, la policía y la guardia civil iban a su casa preguntando por él. “Esto era cada vez más desesperante”, dice en su biografía. Por eso, cuando sentía que “se cerraba la tenaza” sobre su cabeza, decidió comprar un billete de avión y exiliarse en Francia. Seis interminables meses después se reunió con él su pareja, Mary, que lo acompañó durante todas estas peripecias. También viajaron con ella sus hijos. El anarquista, después de todo lo vivido —años en prisión, vida en clandestinidad, exilio…— se lamenta de una cosa: “Lo triste de todo esto es el olvido oficial de nuestros mártires. Que no se hayan preocupado de buscar datos para hacer un censo lo más aproximado de todos aquellos crímenes. Ya cada vez van quedando menos por lo tanto cada vez más difícil. Y mejor para los herederos del franquismo, los hijos y los nietos de aquellos criminales, que viven muy bien en esta Constitución democrática que no querían, que la detestaban, pero que se están aprovechando”.

La Carta de Abuelo, memorias de Julian Zugazagoitia


Julián Zugazagoitia Mendieta fue un político, periodista y escritor español fusilado por el gobierno de Francisco Franco cuando contaba apenas con 41 años de edad. Al finalizar la Guerra Civil Española era el secretario general de Defensa Nacional, y tras exiliarse en Francia fue capturado por la temible policía secreta de Alemania, la cual lo entregó al franquismo.


En la última carta que Zugazagoitia escribió le pidió a Julita, su esposa, que, “de poder, os decidáis a embarcar para Méjico, ya que a España no debéis pensar en venir y en Francia, con el bloqueo inglés, la vida irá haciéndose cada vez más difícil. En Méjico, además de paz, encontraréis las ayudas que podéis necesitar”.


De esta manera, en México nació Sonia Villarías Zugazagoitia, nieta de Julián y Julita y quien a la postre se casaría con José Luis Gaspar Llacer, matrimonio que concebiría al escritor mexicano Diego Gaspar Villarías.


“En mi vida personal, mi bisabuelo fue un referente familiar y fue una especie de tótem porque yo, cuando supe de él, ya había sido fusilado”, responde Diego Gaspar cuando se le pregunta al respecto. “Siempre fue una incógnita para la familia, fue un personaje muy mitificado. Imagínate, un hombre que muere a los 40 años fusilado se vuelve un tótem”.






FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS


A partir de aquella última misiva escrita por Zugazagoitia, Gaspar concibió La carta del abuelo, una novela que relata las correrías de dos hermanos gemelos tras hallar una carta que los conduce a una conciliatoria aventura familiar. Publicada recientemente por la editorial Suma de Letras, la obra envía a estos hermanos también a la entraña de un misterio de dolor y anhelo de supervivencia y a un viaje que los hace desvelar algunos de los grandes secretos de la filiación y los entramados familiares.


“Esta novela es de corte íntimo, pero también tiene la virtud de que puede ser una novela universal. Los temas que trato ocurren dentro de la intimidad de una familia, pero también se vuelve una especie de espejo en donde muchos lectores se pueden encontrar y definir su propia historia a partir de la historia de los demás”, explica el novelista mexicano, quien también es autor del libro Un prodigio posible. Letras de futbol amateur.







FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS


—¿Cómo justificas la escritura de esta novela, Diego?


—Esta es una historia que yo definiría como una colección de sentimientos que busca honrar la memoria de un recuerdo. Así la definiría porque todo nace con la carta de un bisabuelo mío, un bisabuelo que fue uno de los últimos funcionarios de la República Española, y cuando cae la República Española y toma el poder Franco, a este hombre lo fusilan y deja una carta. A partir de esa carta escribí la historia de dos hermanos gemelos que, una vez que encuentran la carta, deciden ir en busca de toda información sobre su bisabuelo y hacen el recorrido que el bisabuelo hace de París, cuando lo detienen, y lo llevan a Madrid.


—Es importante aclarar que esta no es una biografía de tu bisabuelo...


—No. En esa aventura, los gemelos, adolescentes de preparatoria, encuentran dos temas: uno, reconocen su filiación y su identidad familiar, y dos, aprenden a reconciliarse consigo mismos. Estas son las grandes resonancias que quiero que el lector identifique, la parte de la filiación, que pertenecemos a una familia; el hecho de que seamos hijos, padres, hermanos nos modifica, nos crea, nos define.


—No obstante, ello no le resta la importancia que la historia le debe a tu bisabuelo...


—En el orden histórico, mi bisabuelo fue un personaje muy valioso de la República Española. Fue diputado en las cortes, después estuvo en la Secretaría de Gobernación con el presidente [Juan] Negrín, y al final estuvo en la Dirección General de Seguridad, un órgano que dependía de Gobernación, pero que tenía muchas facultades para controlar los disturbios. Él durante su mandato fue un personaje que se cuidó mucho, estaba por definirse la guerra, y cuando las escaramuzas estaban en su final, había gente que no sabía si era republicano o franquista, pues eso no era lo importante. Mas la historia dio una vuelta, le dio el poder a Franco, y mi bisabuelo tuvo que partir. Fue un personaje importante de la Segunda República Española y, además, fue un escritor también reconocido en su época. A pesar de que vivió muy poco tiempo, fue un personaje de la literatura y de la política españolas trascendente.







FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS


—¿A ustedes como familia les ha quedado claro por qué lo fusilaron?


—La causa fue por rebeldía y porque dirigía un periódico que se llamaba El Socialista, el cual los jueces calificaron como que incitaba a la rebeldía. Esos fueron los cargos iniciales. La verdad es que fue un preso político y fue un muerto político. Al final, Franco tuvo que dar un ejemplo y tuvo que castigar y dar un golpe de mesa contra los principales funcionarios del régimen.


—¿Cuál es tu opinión, qué repercusiones tuvo en tu árbol genealógico la Guerra Civil Española?


—Tuvo muchas repercusiones porque es también un recuerdo histórico. A pesar de que yo no soy historiador, la Guerra Civil fue para mí uno de los primeros hitos en mi preparación histórica, siempre fue un telón de fondo porque, además, nosotros, la familia, íbamos todos los domingos a comer a un lugar donde se reunían españoles, conocíamos a personas, mucha de mi familia o de mis conocidos tenían abuelos que eran exiliados. Entonces a mí, como escritor y como individuo, históricamente me marcó muchísimo la Guerra Civil Española porque muchas de las personas cercanas vivieron ese trance. Fue una guerra como cualquier otra que partió historias y partió familias, partió una vena de un árbol genealógico.






FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS


—Ahora, ya con la novela publicada, ¿cómo te hallas tú en estos desfogues fundamentales de filiación, reconciliación e identidad?


—Al escribirla yo también pasé por un proceso de reconciliación, sobre todo con mis padres. Siempre en las familias hay temas que tienes que resolver, y escribirla me ayudó mucho a reconciliarme y a entender el sello familiar al que pertenezco, como cualquier otro, y sin ningún tipo de condicionamiento. Lo que sí entendí es que venimos de un origen, y ese origen nos marca y nos define. Esa fue de las grandes lecturas y de las grandes enseñanzas que me dejó escribir la novela.


—Desde un punto de vista rigurosamente autocrítico, ¿qué te agrada y qué te desagrada de La carta del abuelo?


—Me gusta mucho que logré el equilibrio de la sentimentalidad. Es una novela sentimental, pero sin llegar a caer en lo cursi, y esa es una virtud, hay un equilibrio que no detiene al lector y no lo duerme, al contrario, le va dando ritmo. Me gustó también que puede ser una novela íntima sin dejar de ser universal. Muchos lectores se pueden conectar con la historia a pesar de que es muy íntima. Y lo que no me gusta es que no desarrollé más la historia que corre paralela a los gemelos, Julia y Diego, la que tiene que ver con la familia de ellos, la familia que está en un barco. Esa historia quizá me hubiera gustado desarrollarla más, me quedé un poco corto en esa parte, era una historia muy bonita.



La Carta de Abuelo, memorias de Julian Zugazagoitia

Julián Zugazagoitia Mendieta fue un político, periodista y escritor español fusilado por el gobierno de Francisco Franco cuando contaba apenas con 41 años de edad. Al finalizar la Guerra Civil Española era el secretario general de Defensa Nacional, y tras exiliarse en Francia fue capturado por la temible policía secreta de Alemania, la cual lo entregó al franquismo.
En la última carta que Zugazagoitia escribió le pidió a Julita, su esposa, que, “de poder, os decidáis a embarcar para Méjico, ya que a España no debéis pensar en venir y en Francia, con el bloqueo inglés, la vida irá haciéndose cada vez más difícil. En Méjico, además de paz, encontraréis las ayudas que podéis necesitar”.
De esta manera, en México nació Sonia Villarías Zugazagoitia, nieta de Julián y Julita y quien a la postre se casaría con José Luis Gaspar Llacer, matrimonio que concebiría al escritor mexicano Diego Gaspar Villarías.
“En mi vida personal, mi bisabuelo fue un referente familiar y fue una especie de tótem porque yo, cuando supe de él, ya había sido fusilado”, responde Diego Gaspar cuando se le pregunta al respecto. “Siempre fue una incógnita para la familia, fue un personaje muy mitificado. Imagínate, un hombre que muere a los 40 años fusilado se vuelve un tótem”.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
A partir de aquella última misiva escrita por Zugazagoitia, Gaspar concibió La carta del abuelo, una novela que relata las correrías de dos hermanos gemelos tras hallar una carta que los conduce a una conciliatoria aventura familiar. Publicada recientemente por la editorial Suma de Letras, la obra envía a estos hermanos también a la entraña de un misterio de dolor y anhelo de supervivencia y a un viaje que los hace desvelar algunos de los grandes secretos de la filiación y los entramados familiares.
“Esta novela es de corte íntimo, pero también tiene la virtud de que puede ser una novela universal. Los temas que trato ocurren dentro de la intimidad de una familia, pero también se vuelve una especie de espejo en donde muchos lectores se pueden encontrar y definir su propia historia a partir de la historia de los demás”, explica el novelista mexicano, quien también es autor del libro Un prodigio posible. Letras de futbol amateur.

FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—¿Cómo justificas la escritura de esta novela, Diego?
—Esta es una historia que yo definiría como una colección de sentimientos que busca honrar la memoria de un recuerdo. Así la definiría porque todo nace con la carta de un bisabuelo mío, un bisabuelo que fue uno de los últimos funcionarios de la República Española, y cuando cae la República Española y toma el poder Franco, a este hombre lo fusilan y deja una carta. A partir de esa carta escribí la historia de dos hermanos gemelos que, una vez que encuentran la carta, deciden ir en busca de toda información sobre su bisabuelo y hacen el recorrido que el bisabuelo hace de París, cuando lo detienen, y lo llevan a Madrid.
—Es importante aclarar que esta no es una biografía de tu bisabuelo...
—No. En esa aventura, los gemelos, adolescentes de preparatoria, encuentran dos temas: uno, reconocen su filiación y su identidad familiar, y dos, aprenden a reconciliarse consigo mismos. Estas son las grandes resonancias que quiero que el lector identifique, la parte de la filiación, que pertenecemos a una familia; el hecho de que seamos hijos, padres, hermanos nos modifica, nos crea, nos define.
—No obstante, ello no le resta la importancia que la historia le debe a tu bisabuelo...
—En el orden histórico, mi bisabuelo fue un personaje muy valioso de la República Española. Fue diputado en las cortes, después estuvo en la Secretaría de Gobernación con el presidente [Juan] Negrín, y al final estuvo en la Dirección General de Seguridad, un órgano que dependía de Gobernación, pero que tenía muchas facultades para controlar los disturbios. Él durante su mandato fue un personaje que se cuidó mucho, estaba por definirse la guerra, y cuando las escaramuzas estaban en su final, había gente que no sabía si era republicano o franquista, pues eso no era lo importante. Mas la historia dio una vuelta, le dio el poder a Franco, y mi bisabuelo tuvo que partir. Fue un personaje importante de la Segunda República Española y, además, fue un escritor también reconocido en su época. A pesar de que vivió muy poco tiempo, fue un personaje de la literatura y de la política españolas trascendente.

FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—¿A ustedes como familia les ha quedado claro por qué lo fusilaron?
—La causa fue por rebeldía y porque dirigía un periódico que se llamaba El Socialista, el cual los jueces calificaron como que incitaba a la rebeldía. Esos fueron los cargos iniciales. La verdad es que fue un preso político y fue un muerto político. Al final, Franco tuvo que dar un ejemplo y tuvo que castigar y dar un golpe de mesa contra los principales funcionarios del régimen.
—¿Cuál es tu opinión, qué repercusiones tuvo en tu árbol genealógico la Guerra Civil Española?
—Tuvo muchas repercusiones porque es también un recuerdo histórico. A pesar de que yo no soy historiador, la Guerra Civil fue para mí uno de los primeros hitos en mi preparación histórica, siempre fue un telón de fondo porque, además, nosotros, la familia, íbamos todos los domingos a comer a un lugar donde se reunían españoles, conocíamos a personas, mucha de mi familia o de mis conocidos tenían abuelos que eran exiliados. Entonces a mí, como escritor y como individuo, históricamente me marcó muchísimo la Guerra Civil Española porque muchas de las personas cercanas vivieron ese trance. Fue una guerra como cualquier otra que partió historias y partió familias, partió una vena de un árbol genealógico.
FOTO: ANTONIO CRUZ/NW NOTICIAS
—Ahora, ya con la novela publicada, ¿cómo te hallas tú en estos desfogues fundamentales de filiación, reconciliación e identidad?
—Al escribirla yo también pasé por un proceso de reconciliación, sobre todo con mis padres. Siempre en las familias hay temas que tienes que resolver, y escribirla me ayudó mucho a reconciliarme y a entender el sello familiar al que pertenezco, como cualquier otro, y sin ningún tipo de condicionamiento. Lo que sí entendí es que venimos de un origen, y ese origen nos marca y nos define. Esa fue de las grandes lecturas y de las grandes enseñanzas que me dejó escribir la novela.
—Desde un punto de vista rigurosamente autocrítico, ¿qué te agrada y qué te desagrada de La carta del abuelo?
—Me gusta mucho que logré el equilibrio de la sentimentalidad. Es una novela sentimental, pero sin llegar a caer en lo cursi, y esa es una virtud, hay un equilibrio que no detiene al lector y no lo duerme, al contrario, le va dando ritmo. Me gustó también que puede ser una novela íntima sin dejar de ser universal. Muchos lectores se pueden conectar con la historia a pesar de que es muy íntima. Y lo que no me gusta es que no desarrollé más la historia que corre paralela a los gemelos, Julia y Diego, la que tiene que ver con la familia de ellos, la familia que está en un barco. Esa historia quizá me hubiera gustado desarrollarla más, me quedé un poco corto en esa parte, era una historia muy bonita.

28 de septiembre de 2017

Colomera y el frente Norte de Granada


La ciudad de Granada, cayó en poder de los franquistas el 20 de Julio de 1936, la ciudad y la franja de unión con Sevilla ya siempre estarían en poder de las tropas sublevadas y de los sicarios de Falange que formaban grupos armados a caballo por los pueblos de alrededor y sembraban de terror a sus habitantes.





Pero excepto por el Oeste, la ciudad de Granada estuvo cercada por tropas republicanas que intervinieron en múltiples combates. En la zona Norte, junto al Pantano del Cubillas, en Colomera se encontraban  las MILICIAS POPULARES ANTIFASCISTAS, del 2º Regimiento Juan Marco, 1º Batallón, que formaba parte de la III Brigada Mixta (que después se denominaría XIII Brigada Internacional).





Estos peticiones de Febrero de 1937, se hacían al mando de la Brigada que se encontraba en Aguadulce (Almería) protegiendo la costa contra el avance de las tropas italianas y moras provenientes de Málaga, que había caído el 8 de ese mes.


Es curiosa la circunstancia que al formar parte de las Brigadas Internacionales la orden de envío del material solicitado esta escrita en Alemán.

















Colomera y el frente Norte de Granada

La ciudad de Granada, cayó en poder de los franquistas el 20 de Julio de 1936, la ciudad y la franja de unión con Sevilla ya siempre estarían en poder de las tropas sublevadas y de los sicarios de Falange que formaban grupos armados a caballo por los pueblos de alrededor y sembraban de terror a sus habitantes.

Pero excepto por el Oeste, la ciudad de Granada estuvo cercada por tropas republicanas que intervinieron en múltiples combates. En la zona Norte, junto al Pantano del Cubillas, en Colomera se encontraban  las MILICIAS POPULARES ANTIFASCISTAS, del 2º Regimiento Juan Marco, 1º Batallón, que formaba parte de la III Brigada Mixta (que después se denominaría XIII Brigada Internacional).

Estos peticiones de Febrero de 1937, se hacían al mando de la Brigada que se encontraba en Aguadulce (Almería) protegiendo la costa contra el avance de las tropas italianas y moras provenientes de Málaga, que había caído el 8 de ese mes.
Es curiosa la circunstancia que al formar parte de las Brigadas Internacionales la orden de envío del material solicitado esta escrita en Alemán.





22 de septiembre de 2017

El Valle de los Presos, llamado de los Caídos.


LOS
PRISIONEROS CONSTRUCTORES








-No
se conocen las cifras de los fusilamientos habidos entre 1939 y 1945.
Oficialmente (estadísticas del Ministerio de Justicia en el año
1974) se reconoce que el número de personas condenadas a muerte y
ejecutadas se eleva a 192.584.



El
fascista italiano y colaborador de Mussolini, el Conde Ciano, en su
diarío anota en julio de 1939 que "doscientas cincuenta
personas son fusiladas diaríamente en Madríd y ciento cincuenta en
Barcelona". Estos muertos no tenían reservado otro alojamiento
que la fosa común.


En
doce años, entre 1939 y 1950, hubo un total, según el análisis de
las cifras oficiales elaborado por Ramon Tamames de 875.000
hombres/año perdidos. "Lo que para tener una idea gráfica
equivale a 875.000 reclusos


durante
todo un año (alrededor del 8 por 100 de la población activa de
entonces) o bien 74.672 hombres en prisión durante 12 años
seguidos.






En
1940 había en prisión 213.640 personas. De este enorme contingente
de hombres y mujeres hacionados


en
las cárceles y en los conventos convertidos en prisión, se formaron
tres destacamentos compuestos por unos trescientos penados cada uno
para trabajar en las obras del Valle de los Caídos. Se ha exagerado,
siempre por falta de información adecuada, el número de
presidiaríos políticos que intervinieron en la


construcción
del monumento. En realidad, no llegaron a mil. Habían sido
reclutados voluntaríamente. A


la
mayoría de ellos les había sido conmutada la pena de muerte por la
de treinta años de reclusión y antes


que
sufrír las penalidades del encierro, con el trágico espectáculo de
las "sacas" nocturnas, prefiríeron aceptar un trabajo cuya
dureza desconocían.


A
cambio de su esfuerzo la Dirección General de Prisiones les ofrecía
redimir tres días de condena por uno de trabajo.






Los
destacamentos estuvieron formados principalmente por campesinos,
mayores de treinta años, que ignoraban el rudo trabajo de las
canteras y del encofrado. Andando el tiempo llegarían a
especializarse e incluso, cumplida la condena decidirían continuar
en las obras. Si el rancho de la cárcel era malo, el del campamento
no lo mejoraba. Sin embargo, el propio Franco, obsesionado desde sus
tiempos de legionario por la buena alimentación de sus hombres,
intervino en más de una ocasión para que los penados dispusieran


de
comida abundante. La disciplina era muy severa, pero con el paso de
los meses y comprobada la escasa


afición
de los presidiaríos a fugarse (excepto tres sobrinos de Sánchez
Albornoz), gozaron de una cierta libertad y se les permitió vivir
con sus familias en los barracones.


El
titánico trabajo de perforación de la montaña fue realizado
exclusivamente por los presos políticos. Las


obras
no se paralizaban y tres turnos se sucedían día y noche.






Autor:
Eliseo Bayo


INTERVIU,
Numero 28 de 1 de Diciembre de 1976, pagina 14







El Valle de los Presos, llamado de los Caídos.

LOS PRISIONEROS CONSTRUCTORES

-No se conocen las cifras de los fusilamientos habidos entre 1939 y 1945. Oficialmente (estadísticas del Ministerio de Justicia en el año 1974) se reconoce que el número de personas condenadas a muerte y ejecutadas se eleva a 192.584.
El fascista italiano y colaborador de Mussolini, el Conde Ciano, en su diarío anota en julio de 1939 que "doscientas cincuenta personas son fusiladas diaríamente en Madríd y ciento cincuenta en Barcelona". Estos muertos no tenían reservado otro alojamiento que la fosa común.
En doce años, entre 1939 y 1950, hubo un total, según el análisis de las cifras oficiales elaborado por Ramon Tamames de 875.000 hombres/año perdidos. "Lo que para tener una idea gráfica equivale a 875.000 reclusos
durante todo un año (alrededor del 8 por 100 de la población activa de entonces) o bien 74.672 hombres en prisión durante 12 años seguidos.

En 1940 había en prisión 213.640 personas. De este enorme contingente de hombres y mujeres hacionados
en las cárceles y en los conventos convertidos en prisión, se formaron tres destacamentos compuestos por unos trescientos penados cada uno para trabajar en las obras del Valle de los Caídos. Se ha exagerado, siempre por falta de información adecuada, el número de presidiaríos políticos que intervinieron en la
construcción del monumento. En realidad, no llegaron a mil. Habían sido reclutados voluntaríamente. A
la mayoría de ellos les había sido conmutada la pena de muerte por la de treinta años de reclusión y antes
que sufrír las penalidades del encierro, con el trágico espectáculo de las "sacas" nocturnas, prefiríeron aceptar un trabajo cuya dureza desconocían.
A cambio de su esfuerzo la Dirección General de Prisiones les ofrecía redimir tres días de condena por uno de trabajo.

Los destacamentos estuvieron formados principalmente por campesinos, mayores de treinta años, que ignoraban el rudo trabajo de las canteras y del encofrado. Andando el tiempo llegarían a especializarse e incluso, cumplida la condena decidirían continuar en las obras. Si el rancho de la cárcel era malo, el del campamento no lo mejoraba. Sin embargo, el propio Franco, obsesionado desde sus tiempos de legionario por la buena alimentación de sus hombres, intervino en más de una ocasión para que los penados dispusieran
de comida abundante. La disciplina era muy severa, pero con el paso de los meses y comprobada la escasa
afición de los presidiaríos a fugarse (excepto tres sobrinos de Sánchez Albornoz), gozaron de una cierta libertad y se les permitió vivir con sus familias en los barracones.
El titánico trabajo de perforación de la montaña fue realizado exclusivamente por los presos políticos. Las
obras no se paralizaban y tres turnos se sucedían día y noche.

Autor: Eliseo Bayo
INTERVIU, Numero 28 de 1 de Diciembre de 1976, pagina 14


Blanca Lozano Villaverde de Lanjarón




Una de las miles de víctimas que podría encontrarse en el barranco deViznar es Blanca Lozano Villaverde, mujer del último alcalde republicano de Lanjarón, Francisco Gálvez Peralta. Cuando el 20 de julio de 1936, la ciudad de Granada cayó en manos del bando franquista los asesinatos descontrolados se sucedieron durante los últimos días de julio y las primeras semanas de agosto. El mismo día 22, escuadras negras y voluntarios comenzaron a llevar a líderes republicanos, sindicales y agrarios y a diferentes personalidades del mundo de la cultura al barranco de Víznar y a la tapia del cementerio de Granada para proceder a su ejecución.





'El golpe en Granada triunfó sólo en la ciudad, que quedó rodeada por fuerzas republicanas, de manera que la represión fue brutal. Hay pruebas documentales de que los sublevados dejaban cadáveres en las entradas a la ciudad a modo de escarmiento'.





En estos primeros días de represión descontrolada, el alcalde de Lanjarón y su hijo mayor fueron fusilados frente a la tapia del cementerio de Granada. Su mujer, Blanca Lozano, fue encarcelada. Con problemas graves de salud, Blanca fue operada de urgencia de la matriz durante su estancia en la prisión. Paradójicamente, la operación consiguió salvar su vida, pero apenas unos meses después la mujer fue fusilada y su cuerpo fue lanzado a una fosa común en el barranco de Víznar, según cree la familia. Francisco Luis, nieto del hermano de Blanca, relata a Público la historia de su familia.

Blanca Lozano Villaverde de Lanjarón

Una de las miles de víctimas que podría encontrarse en el barranco deViznar es Blanca Lozano Villaverde, mujer del último alcalde republicano de Lanjarón, Francisco Gálvez Peralta. Cuando el 20 de julio de 1936, la ciudad de Granada cayó en manos del bando franquista los asesinatos descontrolados se sucedieron durante los últimos días de julio y las primeras semanas de agosto. El mismo día 22, escuadras negras y voluntarios comenzaron a llevar a líderes republicanos, sindicales y agrarios y a diferentes personalidades del mundo de la cultura al barranco de Víznar y a la tapia del cementerio de Granada para proceder a su ejecución.

'El golpe en Granada triunfó sólo en la ciudad, que quedó rodeada por fuerzas republicanas, de manera que la represión fue brutal. Hay pruebas documentales de que los sublevados dejaban cadáveres en las entradas a la ciudad a modo de escarmiento'.

En estos primeros días de represión descontrolada, el alcalde de Lanjarón y su hijo mayor fueron fusilados frente a la tapia del cementerio de Granada. Su mujer, Blanca Lozano, fue encarcelada. Con problemas graves de salud, Blanca fue operada de urgencia de la matriz durante su estancia en la prisión. Paradójicamente, la operación consiguió salvar su vida, pero apenas unos meses después la mujer fue fusilada y su cuerpo fue lanzado a una fosa común en el barranco de Víznar, según cree la familia. Francisco Luis, nieto del hermano de Blanca, relata a Público la historia de su familia.

21 de septiembre de 2017

JOSÉ PUERTAS SANJUÁN de Albolote




SOCIEDAD OBRERA LOS HIJOS DEL TRABAJO

DE ALBOLOTE

Puertas Sanjuán, José

Autor/a: María José Puertas Milena




José Puertas Sanjuán nació en Albolote un pueblo de la vega de Granada, en el verano del año 1908 el día 28 de Junio, hijo de Miguel Puertas Melero y de Felisa Sanjuán González, ambos de Gualchos y Motril provincia de Granada. 


Tuvo ocho hermanos: Miguel, José, Antonia, María de la Encarnación, Jesús de la Santísima Trinidad, María, Manuel y Enrique. Casado con María del Carmen Peña Pérez que nació en Torre-Cardela (Granada) el día 20 de Septiembre de 1908, hija de Francisco Peña Ruano y de Ramona Pérez Espinosa. De dicho matrimonio nacieron los siguientes hijos llamados: José, María Felisa, Encarnación y Manuel.





Cuando fue detenido, José Puertas Sanjuán trabajaba como chofer en el Parque Móvil del Ministerio de Obras Publicas en Granada, situado en el entonces conocido “Plantel de Casa Quemada” en la carretera de Pinos Puente, donde además trabajaban su padre, Miguel Puertas Melero, y otro de sus hermanos, Jesús Puertas Sanjuán. Según comentario de su hermana María, fue detenido en el Parque Móvil entre los días 18 de Julio al 29 de Agosto de 1936.





Una vez detenido fue llevado a la cárcel que se improviso en la plaza de toros, situada en la Plaza del Triunfo de Granada, donde en varias ocasiones su mujer y la madre de ésta fueron a llevarle comida y ropa. En una de esas visitas que realizaron en esos días, se les informo que lo habían trasladado y que no tenían mas información de a dónde había sido llevado y desde entonces no se sabe mas nada de él. Según alguna declaración no confirmada, fue fusilado en las tapias del cementerio de San José de Granada.


Se tiene constancia de que desapareció en esos días porque fue el 29 de Agosto de 1936, en su noveno mes de embarazo, cuando su mujer María del Carmen ingresa en la maternidad, situada en el Hospital Real para dar a luz a su hijo Manuel Puertas Peña, siendo dada de alta el día 4 de Septiembre de 1936.



El único documento que certifica esta desaparición es uno que aparece en el expediente matrimonial legajo nº 1162, pieza nº 160 que se conserva en el Archivo Histórico Diocesano de la Curia de Granada correspondiente a la parroquia de San José de Torre-Cardela (Granada), del año 1941, donde consta literalmente lo siguiente:




Don Eugenio Hurí Fernández, Cura Ecónomo de la Iglesia Parroquial de Torre Cárdela, Diócesis y Provincia de Granada”.
CERTIFICO: Que hechas todas las averiguaciones para la adquisición de la partida de defunción de José Puertas Sanjuán, esta no aparece inscrita en ningún registro civil o militar, por haber sido fusilado por los nacionales en los días del diez y ocho al treinta de Julio del año mil novecientos treinta y seis en la ciudad de Granada, por sus ideales extremadamente marxistas y revolucionarios, según informa su esposa Carmen Peña Pérez a la que le consta cuanto queda expresado.
Torre Cardela a doce de Abril de 1941
(Sello parroquial) (Firma y rubricado) Eugenio



Tampoco existe documentación de José Puertas Sanjuán en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, en el Archivo General Militar de Ávila y en el Archivo General Militar de Guadalajara.

JOSÉ PUERTAS SANJUÁN de Albolote

SOCIEDAD OBRERA LOS HIJOS DEL TRABAJO
DE ALBOLOTE
Puertas Sanjuán, José
Autor/a: María José Puertas Milena

José Puertas Sanjuán nació en Albolote un pueblo de la vega de Granada, en el verano del año 1908 el día 28 de Junio, hijo de Miguel Puertas Melero y de Felisa Sanjuán González, ambos de Gualchos y Motril provincia de Granada. 
Tuvo ocho hermanos: Miguel, José, Antonia, María de la Encarnación, Jesús de la Santísima Trinidad, María, Manuel y Enrique. Casado con María del Carmen Peña Pérez que nació en Torre-Cardela (Granada) el día 20 de Septiembre de 1908, hija de Francisco Peña Ruano y de Ramona Pérez Espinosa. De dicho matrimonio nacieron los siguientes hijos llamados: José, María Felisa, Encarnación y Manuel.

Cuando fue detenido, José Puertas Sanjuán trabajaba como chofer en el Parque Móvil del Ministerio de Obras Publicas en Granada, situado en el entonces conocido “Plantel de Casa Quemada” en la carretera de Pinos Puente, donde además trabajaban su padre, Miguel Puertas Melero, y otro de sus hermanos, Jesús Puertas Sanjuán. Según comentario de su hermana María, fue detenido en el Parque Móvil entre los días 18 de Julio al 29 de Agosto de 1936.

Una vez detenido fue llevado a la cárcel que se improviso en la plaza de toros, situada en la Plaza del Triunfo de Granada, donde en varias ocasiones su mujer y la madre de ésta fueron a llevarle comida y ropa. En una de esas visitas que realizaron en esos días, se les informo que lo habían trasladado y que no tenían mas información de a dónde había sido llevado y desde entonces no se sabe mas nada de él. Según alguna declaración no confirmada, fue fusilado en las tapias del cementerio de San José de Granada.
Se tiene constancia de que desapareció en esos días porque fue el 29 de Agosto de 1936, en su noveno mes de embarazo, cuando su mujer María del Carmen ingresa en la maternidad, situada en el Hospital Real para dar a luz a su hijo Manuel Puertas Peña, siendo dada de alta el día 4 de Septiembre de 1936.

El único documento que certifica esta desaparición es uno que aparece en el expediente matrimonial legajo nº 1162, pieza nº 160 que se conserva en el Archivo Histórico Diocesano de la Curia de Granada correspondiente a la parroquia de San José de Torre-Cardela (Granada), del año 1941, donde consta literalmente lo siguiente:

Don Eugenio Hurí Fernández, Cura Ecónomo de la Iglesia Parroquial de Torre Cárdela, Diócesis y Provincia de Granada”.
CERTIFICO: Que hechas todas las averiguaciones para la adquisición de la partida de defunción de José Puertas Sanjuán, esta no aparece inscrita en ningún registro civil o militar, por haber sido fusilado por los nacionales en los días del diez y ocho al treinta de Julio del año mil novecientos treinta y seis en la ciudad de Granada, por sus ideales extremadamente marxistas y revolucionarios, según informa su esposa Carmen Peña Pérez a la que le consta cuanto queda expresado.
Torre Cardela a doce de Abril de 1941
(Sello parroquial) (Firma y rubricado) Eugenio

Tampoco existe documentación de José Puertas Sanjuán en el Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca, en el Archivo General Militar de Ávila y en el Archivo General Militar de Guadalajara.

El Cementerio de Granada según Gerald Brenan






Como hemos podido leer en los estremecedores relatos que hemos publicado en estos dias, las tapias del cementerio granadino tuvieron un trágico destino. 





Cuando en 1949 (el estado de guerra se mantuvo hasta el año 1948) Gerald Brenan regresa a Granada, visita el cementerio en busca de la tumba de Federico García Lorca. Allí, un sepulturero le enseñó la tapia donde se produjeron los fusilamientos: 


“Pasamos por las puertas de hierro y nuestro hombre nos llevó al muro que limita el lado inferior del cementerio. Las señales de las balas estaban todavía allí, así como algunas manchas de sangre reseca" 


“Era una fosa cuadrada, de unos diez metros de lado, al parecer muy honda. Estaba llena, hasta unos doce metros de la superficie, de cráneos y huesos. Entre éstos, yacían unos cuantos cadáveres apergaminados y encogidos, en posturas grotescas, como si hubieran llegado por los aires, y envueltos en consumidas mortajas. - Aquí está lo que fue antes la flor de Granada – dijo el hombre - .Miren bien y verán los agujeros de las balas. Y, en efecto, casi todos los cráneos estaban agujereados” 


La guerra civil cogió al escritor en Churriana, cerca de Málaga, donde se había instalado en
1934. En los primeros meses de la guerra fue corresponsal del Manchester Guardian y del News
Chronicle. De regreso a Inglaterra, a los dos meses del conflicto, hizo emisiones radiofónicas dirigidas a España para la BBC.