4 de diciembre de 2014

Diego Ramos Camarero, detenido y represaliado.

Este es un relato de los recuerdos de su nieto: 

Juan Ramos Camarero (Íllora, Granada, 1944 - Barcelona, 14 de octubre de 2011) fue un político comunista español.

A los 13 años se estableció en Cornellá de Llobregat, donde trabajó en la empresa Siemens. Durante los años 1960 ingresó en Comisiones Obreras (CCOO) y formó parte de los jurados de empresa en el Sindicato Vertical. También militaba en el Partido Socialista Unificado de Cataluña (PSUC), del que fue miembro del comité ejecutivo. También fue secretario de la Confederación del Metal de CCOO de Cataluña.
Fue elegido diputado al Congreso por la circunscripción electoral de Barcelona en las elecciones generales de 1977 y 1979. Dimitió de su escaño para presentarse a las elecciones al Parlamento de Cataluña de 1980, en las que fue elegido. Miembro del llamado sector prosoviético del PSUC, en diciembre de 1981 fue expulsado y en 1982 fundó, con Pere Ardiaca y otros escindidos, el Partido de los Comunistas de Cataluña (PCC).
Posteriormente fue secretario general del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE), del que en 1988 encabezó el sector contrario a continuar en Izquierda Unida, lo que motivo la ruptura del PCC con el PCPE. En 2002 fue relevado de su cargo como secretario general del PCPE por Carmelo Suárez, sindicalista canario y fundador de la Fundación Obrera de Investigación y Cultura.
Murió en octubre de 2011 a los 67 años de edad.
 Juan fue siempre un hombre de su tierra, un andaluz cabal, a pesar de que emigrara siendo apenas un adolescente a Catalunya, como tantos cientos de miles de nuestros paisanos, obligados por las hambrunas, la crueldad de la represión franquista y el yugo de un sistema de producción caciquil que los condenaba a un presente y a un futuro de humillaciones sin límites. Todo un símbolo: en la localidad aneja de Íllora, Alomartes, está la finca de los Duques de Wellington y a poco de cruzar el río Genil, la finca de los Duques de Silva y Agrela.  Años 40, en los que muchas personas se dedican, arriesgando su vida, al estraperlo; entre ellas, Antonio, el padre de Juan. Cerca de Íllora se encuentra la estación del ferrocarril. Las sierras que rodean a la ciudad están plagadas de hombres que resisten al fascismo armados; son los guerrilleros. Estraperlistas, guerrilleros y ferroviarios serán tres vértices de este comercio ilegal y perseguido sin piedad… cuando no es desarrollado por los jerarcas del régimen, quienes consiguieron inmensas fortunas.  Mi familia siempre vivió, desde 1936,  en el mismo piso de Granada, en la avenida de Calvo Sotelo (hoy avenida de la “Prostitución”); desde que el abuelo Diego fuera detenido, expulsado de su puesto de Jefe de Estación en Granada,  desalojado de su vivienda y llevado al campo de concentración  de Víznar.
 Desde nuestra terraza podíamos ver a los niños huérfanos  e internos, cuando jugaban en el patio del Colegio de Ferroviarios, al que nuestro padre jamás nos dejó asistir. Allí llegó Juan Ramos Camarero, entre los 6 y los 8 años, como huérfano de padre, aunque nada tuviese que ver con el ferrocarril; cosas de esa época negrísima, formas que se implantaron para “salvar” de la muerte por inanición a los hijos de los derrotados, la fuerza de trabajo esclava del futuro, pensaron. Por lo tanto, también fuimos vecinos sin saberlo. El ferrocarril nos seguía uniendo.
La separación de la familia y de su entorno debió de resultarle muy traumática. Siempre contaba sus huidas desde el colegio, aprovechando cualquier descuido, hasta la estación del ferrocarril; preguntando cuál era el tren que llevaba a Íllora y siendo devuelto por un empleado o por la Guardia Civil al Colegio de Ferroviarios, apenas a un par de cientos de metros.
Creo que desde entonces “olía” Andalucía. Cuando la crisis del PCPE, aquella que protagonizaran Ignacio Gallego y otros dirigentes, nos recorrimos de norte a sur y de este a oeste la geografía andaluza. Iba silencioso y aparentemente dormido en el coche pero cuando nos acercábamos a Despeñaperros revivía, abría la ventanilla y olfateaba el aire, llenando sus pulmones del aire tan ansiado de su tierra natal, inquieto por el temor de que de nuevo alguien volviera a tomarlo de la mano y alejarlo de ella.