«No, compañeros, no; la mujer en sus reivindicaciones no pretende buscar frente a vosotros la competencia sino aunar sus energías a las vuestras, Porque si la mujer se defiende, os defiende también a vosotros.»
El 3 de enero de 1937, en plena revolución social, ostentando García Oliver la cartera de Justicia, firmaba el decreto que concedía a la mujer la plenitud de sus derechos civiles. De hecho, ella ya los había ido conquistando desde siempre, pero en aquellas circunstancias, desde el primer día de la Guerra Civil. Primero, con su presencia en las barricadas, y luego, con su incorporación a las Columnas de las Milicias Antifascistas, que iban a luchar en campo abierto.
Mientras, en la retaguardia, asumía responsabilidades, inéditas para ella, con la organización de toda suerte de ayudas en las brigadas femeninas de trabajo y la asistencia social en el Comité de Refugiados y la Infancia, la creación de la Columna de Mujeres Libres que, con un tren de máquinas de lavado y planchado, debía actuar en los frentes de guerra.
Sin olvidar los programas de alfabetización, los cursos de aprendizaje y el trabajo en las fábricas de armamento y de la producción en general, ni abandonar su labor en los Servicios Públicos y en las Colectividades rurales, donde desempeñó toda clase de trabajos en sustitución de los hombres. La mujer fue, así, pieza fundamental en el frente de la retaguardia, sin cuya actividad y buen funcionamiento no era posible el combate del ejército en el frente real.
Estas mujeres, que lucharon por la revolución y su propia emancipación en medio de una guerra, en 1939, salían al exilio y eran internadas en campos de concentración y en refugios franceses, y cuando se declaró la Segunda Guerra Mundial, fieles a su espíritu antifascista se incorporan a la Resistencia, para seguir defendiendo la Libertad contra el fascismo, el mismo enemigo que en España. Muchas, no sabemos cuántas, acabaron en los campos de exterminio nazi.
ANTONINA RODRIGO
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