Manuel Valenzuela Poyatos
Autor: Alberto Valenzuela Carreño
Marchal (Granada), 16 de octubre de 1905
Guadix (Granada), 12 de enero de 1940
Manuel Valenzuela Poyatos, alias el Peleón, nació el día 16 de octubre de 1905 en Marchal, un pueblo de apenas quinientos habitantes, provincia de Granada, a unos cinco kilómetros de la ciudad de Guadix. Hijo de Lorenzo Valenzuela Cobo, natural también de Marchal, y de Ana Poyatos García, la mama Anica, nacida en Albuñán. Tuvo tres hermanos, Luis, Antonio y Carmen. Campesinos todos ellos, hijos y nietos de agricultores pobres. Aunque tenían algún trozo de tierra arrendada, ésta no daba lo suficiente para mantener a la familia, por lo que debían complementar los ingresos trabajando como jornaleros para otros, principalmente para los caciques del pueblo.
Manuel, como todos los niños pobres de su época, no pudo asistir a la escuela más que en períodos breves cuando el trabajo en el campo se lo permitía. A pesar de no haber tenido una completa instrucción, tenía una inteligencia y un sentido común propios de un niño superdotado. Como el resto de los niños, pasó su infancia sobreviviendo a las hambres y a las enfermedades. No tuvo adolescencia porque en aquella época la madurez llegaba pronto.
Era trabajador, honrado y responsable. Vivió su vida con inquietud y con preocupación por su porvenir y por el de los demás. No entendía y no aceptaba aquella situación tan lamentable en la que los que habían nacido pobres debían morirse pobres y aceptando el papel que la vida les había otorgado, pasando penalidades y hambre, dejándose la existencia en buscar una mínima supervivencia; y, sin embargo, había otros, que tenían oportunidad de ver todos los veranos en la Casa del Amo, que lo tenían muy fácil y que por razón de nacimiento se les había otorgado una vida tranquila y placentera llena de comodidades, suculentos alimentos, medicinas, ropa nueva y poco esfuerzo.
No creía que la vida del jornalero fuera una condena a cadena perpetua y se prometió que conseguiría cambiar aquella realidad. No se conformaba con la vida que llevaba. Aspiraba a tener una familia y quería para sus hijos un futuro mucho mejor que el suyo. Y también lo quería para los demás. Sin apenas darse cuenta su conciencia social y política se fue consolidando. Compartió sus inquietudes con otros jóvenes que como él también tenían ilusiones de cambio. Alguno habló de socialismo, de cosas que se estaban haciendo en otros países y en otras ciudades por gente que como ellos no aceptaban que su situación fuera irremediable. Empezó a leer panfletos y libros escritos por políticos y luchadores que explicaban el porqué de la realidad aquella y que decían que era posible cambiar esa sociedad con la lucha y la unión de los pobres, de los campesinos, de los obreros. Decidieron
organizarse, afiliarse al partido socialista y crear una organización sindical de la UGT en el
propio Marchal, que llegó a contar con treinta afiliados. Hablaron a la gente de la República,
de la necesidad de actuar para cambiar las cosas y acabar con aquella monarquía corrupta que solo velaba por los más poderosos. Celebraron con enorme júbilo el 14 de abril, la declaración de la Segunda República, aunque tuvieron que esperar varios días hasta ver ondear la bandera tricolor en su ayuntamiento.
Manuel y los suyos, tuvieron que trabajar contra corriente, en un pueblo que no acababa de aceptar el cambio político obrado en el país y donde siempre gobernaban las derechas gracias a los manejos y presiones de los poderosos. Tuvo como todos los jornaleros y campesinos pobres que seguir batallando contra las prácticas caciquiles que seguían imperando a pesar de la llegada de la República y ocupar su tiempo, además de en su militancia política, en llevar a casa el sustento para los suyos. Su propia familia. Se había casado con Mercedes, dicen que la moza más guapa que había por la comarca con la que tuvo cinco hijos: Asunción, Manuel, Lorenzo, Mercedes y Carmela. Ya habían perdido otros tres. El hambre y las enfermedades no perdonaban.
En 1935, gracias a un consejo de una buena persona, su vida profesional cambió por completo. Ante previsibles cambios en los juzgados le sugirió que ya que era un joven muy espabilado y con inquietudes de mejorar, que se preparara y estudiara para sacar la acreditación profesional de secretario judicial. No era fácil porque tenía los estudios básicos y todo lo que había ido aprendiendo por su cuenta gracias a la voracidad de conocimiento que tenía. Consiguió los temarios y durante unas semanas, cada noche cuando volvía de su trabajo en el campo, junto a su compañera Mercedes, que le repasaba, Manuel se preparó el examen. Sin muchas esperanzas se presentó en la Audiencia de Granada el día de la prueba, ya que tenía que vérselas con jóvenes de adineradas familias que seguro que estaban mejor preparados y que hasta entonces eran los únicos que accedían a estos puestos. Después de pasar por el tribunal y cuando vio las calificaciones se dio cuenta que la suya era de las mejores. Así se vino bajo el brazo con su título. Efectivamente, tal y como le habían dicho, los juzgados se modificaron en todo el país y así tuvo oportunidad de empezar a trabajar como secretario judicial interino, en su propio pueblo. Unos meses después tras un concurso oposición donde se presentaron varios candidatos obtuvo en propiedad la plaza de secretario de juzgado en Marchal.
Desempeñó las labores de responsabilidad que exigía este cargo con total profesionalidad y no se dejó amedrentar por los que siempre imponían sus voluntades. Participó activamente en los procesos de colectivización y experiencias cooperativas que se dieron en Marchal con la instauración de la República, ocupando puestos de responsabilidad.
Tras el 18 de julio y la huida de los caciques asumió también la responsabilidad de secretario del Ayuntamiento. A la vez, su hermano Luis Valenzuela Poyatos fue nombrado alcalde pedáneo del Marchal. Si ya tenía enemigos por su militancia y compromiso político, aumentaron por cómo desarrolló su actividad profesional siempre al servicio de los más débiles. Pudo desempeñarla hasta el fin de la guerra ya que Guadix y la comarca no cayeron en manos fascistas hasta el 28 de marzo de 1939.
Gracias a su ayuda fueron varios los derechistas de su pueblo, incluido el cura, que salvaron la vida por su mediación. También ellos formarían parte de la denuncia falsa que le llevó a la muerte. La guerra le pilló ya con treinta y un años y delicado de salud, por lo que su actividad profesional y política se centró en la comarca y en la zona bajo control republicano, donde tuvo puestos de responsabilidad. Además de ser dirigente del PSOE, de la UGT y de la colectividad en su pueblo, participaba de las reuniones con todos los demás dirigentes comarcales y por su profesión, era frecuente su presencia en Baza, junto al gobernador. Además, teniendo en cuenta que Guadix se convirtió en el centro militar operativo de la provincia, también hubo de ayudar en el Comité de Defensa, aunque nunca tuvo responsabilidades militares directas.
Ante la inminente caída de las resistencias republicanas, tras la entrega de Madrid a Franco, la mayoría de los compañeros republicanos que habían tenido puestos de responsabilidad intentan llegar a Alicante para poder salir del país. Manuel, a medio camino se vuelve para el pueblo. El temor por lo que le pudiese pasar a su familia pudo más que su propia integridad. Tras la derrota definitiva del 1 de abril, se escondió en diversos sitios pero siempre cerca de los suyos, a los que todas las noches iba a ver. El 12 de abril, lo fueron a buscar los falangistas a la cueva donde se refugiaba. Fue conducido a Guadix, donde después de ser interrogado y maltratado fue enviado a la cárcel y posteriormente a la prisión que habían habilitado en la Huerta de las Castañedas, en una finca de un particular, donde llegaron a estar recluidos hasta cincuenta y dos personas en tres habitaciones. De aquí, tras pasar por el consejo de guerra de guerra que le pidió la pena de muerte por el delito de auxilio a la rebelión, fue conducido el 4 de junio a la Ermita de San Antón, donde esperaban los condenados a muerte. Los que solo tenían petición de cárcel acababan en la Azucarera San Torcuato. Todo quedaba entre santos.
Tras nueve meses de detención, enfermo, el contacto directo tan solo en contadas veces con su mujer y sus hijos, el no poder abrazar a su quinta hija, Carmen; tras innumerables gestiones ante todas las instancias y ante todas las autoridades civiles, militares, de Falange, de la iglesia, etc. para pedir justicia ya que había quedado más que contrastado, incluso por los propios denunciantes, que los hechos de los que se le acusaba eran falsos y con tan solo 34 años, fue conducido la madrugada del día 12 de enero de 1940 al cementerio de Guadix, donde junto a cuatro compañeros más, José García Mesa, Gabriel Hernández López, Antonio Madrid Arenas y José Ordoñez Gutiérrez fueron fusilados a las siete de la mañana, con la cabeza bien alta, sin venda en los ojos porque quiso mirar a la cara a sus verdugos, pensando en los suyos y en su querida República. Sus cuerpos, a los que no pudieron acceder los familiares, fueron tirados en la fosa común. Fosa ya ocupada no solo por los sin familia, los mendigos, los infieles o los que no se les permitía su entierro en camposanto, sino por unos cuantos compañeros más, fusilados tiempo antes, a los que se les unirían bastantes más en los meses venideros, ejecutados oficial y extraoficialmente. Se calcula que más de ciento sesenta. La placa con sus nombres colocada en el monumento de homenaje erigido a los republicanos muertos por la libertad, en el cementerio de Guadix, deja clara constancia de ello. Aún faltan bastantes por identificar.
Mercedes, su mujer y sus hijos de 8, 7, 5, 2 años y la más pequeña de dos meses, se enteraban horas después, cuando se dirigían a la ermita de San Antón a llevar la comida a su marido, como cada día. Les pararon por el camino y les dijeron que no hacía falta que siguieran que ya todo había acabado. A la vuelta, en su pueblo, fueron recibidos por algunos vecinos con gritos de júbilo por el ajusticiamiento y con la amenaza de ensartarlos con una horca para así acabar con la semilla de los Valenzuela. Después vendrían décadas de persecuciones y dificultades. También de compromiso político. Una batalla diaria de subsistencia que condujo a toda la familia a Barcelona donde salió adelante gracias a la energía inacabable de Mercedes, sus hijos y la presencia siempre del recuerdo de Manuel.
Manuel Valenzuela Poyatos, junto con todos los compañeros que fueron ejecutados en Guadix y sus familias, esperan la verdad, la justicia y la reparación por lo que se hizo con ellos y con nuestro país. El espacio ha sido declarado Lugar de la Memoria Histórica por la Junta de Andalucía. Hasta que sus cuerpos no sean rescatados, identificados y entregados a las familias, el capítulo no estará cerrado y podremos decir que por fin descansan en paz. 75 años después seguimos esperando.
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25 de febrero de 2016
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