5 de mayo de 2018

La vida en México con el corazón y las raíces en España

Figura señera del exilio republicano, Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo, formó a sus hijos en esa dualidad. “Siempre vivió agradecidísimo con México”, cuenta su hija, la investigadora Aurora Sánchez Rebolledo

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Herencia del Exilio Español, sí, pero también un poderoso legado intelectual y cultural es el que hoy día atesora aún la descendencia del filósofo refugiado Adolfo Sánchez Vázquez (Algeciras, Cádiz, 1915- Ciudad de México, 2011). Tres hijos tuvo don Adolfo: Adolfo, Fito, periodista e importante activista de la izquierda mexicana (México,1942-2016), Juan Enrique, matemático, y Aurora, especialista en investigaciones literarias y en los escritores del Exilio. Es ella quien comparte la memoria familiar, enriquecida por una premisa esencial enseñada por el padre: “somos mexicanos”.

“Siempre estuvimos rodeados de libros, con una visión del mundo influida por la filosofía, la política, y crecimos en un mundo enriquecido. Mi padre tuvo la sabiduría de inculcarnos la cultura española que vivíamos cotidianamente en casa, pero también de hacernos sentir que éramos mexicanos: que por un lado, el corazón y las raíces estaban en España pero por el otro lado, la vida diaria y nuestro entorno era mexicano: los tres nacimos aquí. Hubo una especie de dualidad entre ambas culturas, que en algunos momentos pudo haber sido difícil, pero, a la distancia el saldo es profundamente enriquecedor”.

EL HUMANISMO COMO FORMA DE VIDA

“Casi no nos dábamos cuenta de la manera en que mi padre nos daba una formación humanista en todos los asuntos de la vida diaria”, reflexiona Aurora Sánchez Rebolledo. “En la casa se hablaba de todos los temas, desde la literatura hasta la política pasando por el futbol. Fue un aprendizaje importantísimo que no sólo benefició a los hijos, sino que pasó a sus nietos”.

El filósofo Sánchez Vázquez, que no tenía sino 24 años cuando llegó a México en 1939, traía en sus espaldas una intensa vida. Militante de las Juventudes Socialistas Unificadas, su involucramiento en la política en los agitados años de la Guerra Civil Española no podía menos que dejar una marca profunda. A diferencia de algunos refugiados, que guardaron para sí lo más difícil de sus recuerdos y experiencias de la guerra civil, don Adolfo compartió todas sus vivencias con sus hijos:

“Él siempre nos trasmitió, junto con mi madre, todas sus experiencias: la guerra, su postura política. Efectivamente, comparando las charlas que nosotros teníamos con mi padre, con las que algunos amigos, hijos de refugiados, tenían con los suyos, me encontré con que en algunos hogares no se hablaba  de la guerra, porque era muy doloroso y los padres preferían no tocar el tema. Nosotros fuimos a un colegio republicano —el Colegio Madrid— e incluso, allí no se hablaba mucho de eso. Contrariamente a todos esos casos, en mi casa se tocaba el tema. No en términos dramáticos, que tenía su parte, pero tuvimos una narración muy anecdótica, porque mis padres eran muy jóvenes. Así supimos de todo lo que tuvieron que asumir en las circunstancias de la guerra; nos lo contaban de manera conmovedora, a veces dura, porque en realidad sufrieron muchísimo la derrota y la salida de ­España, pero incluso con rasgos de humor”.

¿De qué hablaba a sus hijos aquel andaluz, con vocación literaria y filosófica, nacido en Cádiz pero que siempre se sintió malagueño? Allá había nacido su vocación intelectual, allá conoció a la que después se convirtió en su esposa, a cuya familia ayudó después a venir a México. Era una vida intensa para el joven escritor y militante socialista.

“Hablaba de cómo se alistó en la guerra, de su militancia política y del inicio de sus estudios en España, cuando estaba orientado a su primera vocación, que fue la literatura. Pero sobrevino el conflicto, y ni modo; había que tomar partido y dejar pendientes algunas tareas; así se fue a la guerra”.

LOS HIJOS Y LOS NIETOS DE DON ADOLFO

Los legados familiares nunca se asimilan de la misma manera entre los integrantes de una familia. En el ­caso de los hijos de Adolfo Sánchez Vázquez, no ­ocurrió de manera diferente.

“Mi hermano Adolfo, Fito, vivió esa experiencia de manera más intensa que nosotros, menores. Fito se integró inmediatamente a la realidad mexicana, con toda esa tradición española y republicana, desde muy joven tuvo muchas inquietudes y actividades políticas en el entorno mexicano. Allí estaba la herencia de mi padre, pero por otro lado decía: “Soy mexicano y me involucro”, de una manera excepcional entre los hijos de refugiados. En nuestra casa no hubo ese sentimiento que existía en muchos hogares de refugiados: con la esperanza de que un día volverían, se planteaban el conflicto interno de que no eran tan mexicanos. Con nosotros, eso no ocurrió. A nosotros mi papá siempre nos dijo “son mexicanos, y hay un compromiso con el país, más allá de la historia que traemos, y existe una conexión con el país que nos acogió. Mi papá siempre estuvo muy agradecido con ­México porque, como él siempre dijo, le permitió desarrollarse académica e intelectualmente, y ese sentimiento nos lo trasmitió”.

El saldo de la ruta de vida de los hermanos Sánchez Rebolledo reflejó esos matices: “Fito claramente se decantó por la cultura mexicana; mi otro hermano conservó raíces un poco más españolas, y yo, siendo la menor, tomé un poco de ambas raíces”.

Aurora Sánchez Rebolledo  se formó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Forma parte del personal académico del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas, especializada en la literatura mexicana del siglo XX, y su gran proyecto de trabajo vinculado al Diccionario de Escritores dirigido por Aurora Ocampo, se centra en los escritores españoles que se refugiaron en México. “No puedo negar que en este trabajo pesó mucho la figura de mi padre y mi entorno familiar”.

¿Se mexicanizaron los Sánchez Rebolledo? “Quizá no mucho. Mi madre, doña Aurora Rebolledo, mantuvo muchas de las tradiciones españolas, empezando por la forma en que se comía en casa; toda la vida habló como andaluza, mantuvo relaciones con los exiliados republicanos toda su vida. Pero mi padre, con su trayectoria en la UNAM y el contacto con los estudiantes y con la vida política y social, fue más cercano”.

¿Tuvo Adolfo Sánchez Vázquez la expectativa de regresar a España? “Mientras Francisco Franco vivió, mi padre jamás pisó su patria. Después de la muerte de Franco, mis padres viajaban a España un par de veces al año a visitar a la familia, y cuando el prestigio de mi padre creció y tuvo obra reconocida, comenzó a ser invitado por las universidades españolas. Tal vez, en algún momento, hubo en la familia la idea de regresar, pero nunca se concretó. Por paradójico que pueda parecer, mi madre, tan española como fue, cada vez que viajaban allá, quería regresarse a México, porque finalmente, ése era su país, donde estaban sus hijos, y mi padre tenía la misma posición: aquí era donde echaron sus raíces, donde nos vieron crecer, donde cuidaron a sus nietos”.