20 de marzo de 2016

La fuga del Yatero


Una vez acabada la guerra civil, los edificios de la espartera de Benalúa de Guadix, fueron utilizados por el ejército franquista como campo de concentración de prisioneros fieles a la República, tanto civiles como militares. De su control y vigilancia se encargó un destacamento del batallón 903, de la división 32 del Ejército. En este campo se produjeron varias fugas de reclusos.

Una de las más divulgadas fue la del capitán Juan Francisco Medina García. Natural de Tocón de Quéntar y conocido como "el Yatero", apodo que le venía de su padre, al que llamaban "el tío Yatero" porque nació en Yátor. Juan Francisco se dedicó desde muy joven a trasquilar ovejas por los contornos de Sierra Nevada donde era muy conocido y querido. Durante la guerra llegó a ser capitán de artillería y al término de la misma fue hecho prisionero en su casa y encarcelado en la prisión de Guadix durante varios meses. Tras caer enfermo por las palizas recibidas, pasó por la enfermería de la prisión y una vez repuesto, gracias a su mujer y a otras personas amigas, fue trasladado al campo de concentración de La Espartera de Benalúa, donde se encontraba esa mañana?

Aquel 29 de mayo de 1939 no iba a ser como los demás días. La mañana amaneció radiante después de la lluvia de la noche anterior. Los fríos del duro invierno iban desapareciendo poco a poco, aunque ese año habían hecho estragos entre los prisioneros del campo, muchos de los cuales no pudieron sobrevivir debido a las condiciones adversas, al hambre, la miseria y las palizas. Juan Francisco, con casi 1,85 de altura aparentaba ser un hombre corpulento, aunque el hambre le había dejado en los huesos y un poco encorvado, pero aun así su ingenio y lucidez habían quedado intactos.

-¡Rápido, rápido, tenemos que seguir el plan o todo se irá al traste! Le dijo, muy nervioso, el soldado encargado de la vigilancia.

-Muchacho, estos dos vienen conmigo, respondió "el Yatero".

-¡Eso es imposible! Cuando hablé con tu mujer solo planeamos sacarte a ti? Más gente pondría en peligro la fuga.

-¡Pues si no vienen mis dos camaradas, yo me quedo!

El soldado lo miró y vio en sus ojos la firmeza de un hombre que no iba a cambiar fácilmente de opinión.

-Está bien, pero hay que darse prisa, el relevo está al llegar y si nos descubren ya sabéis los que nos pasará.

Los otros dos se miraron con preocupación, "el Yatero" se adelantó hacia el soldado y cogiéndole del brazo le instó a que siguieran con el plan.

-Vamos, muchacho, no es hora de meter miedo. ¿Por dónde tenemos que ir?

-Poneos en fila delante mía, con la cabeza gacha como si os llevara escoltados a un trabajo encargado por algún superior.

Así bajaron la escalera que daba al patio interior y desde ahí hacia la verja, donde aguardaba el camión para los traslados. Un teniente del batallón estaba controlando a una partida de prisioneros que subían al camión y fijándose en ellos, preguntó:


-¿A dónde vas con esos tres?

-La voz hizo que los cuatro se pararan en seco, atemorizados y llenos de angustia.

-Mi teniente, los llevo a cargar unas vigas de hierro para la azucarera, que está de reparaciones.

-Bien? pon ojo avizor, no vaya a que se escapen en un descuido.

-Que lo intenten y verán, respondió al tiempo que cogía el fusil y apuntaba a la cabeza de "el Yatero". El teniente rió la ocurrencia del soldado.

-Así me gusta, muchacho. No tengas piedad de estos "rojos" de mierda.

Los cuatro continuaron su camino hacia la puerta trasera de La Espartera, frente a la azucarera, y una vez fuera del recinto, a todos se les escapó un suspiro de alivio.

-Hasta aquí llega mi compromiso? ¡Ahora sois libres!

Juan Francisco cogió la pistola y mirándolo a los ojos le pregunto al soldado por qué los había ayudado.

-A mi padre y a mi hermano los fusilaron al comienzo de esta maldita guerra, nadie les ayudó, ni siquiera le preguntaron su nombre.

-Dime por lo menos tu nombre, para saber a quién le debo la vida.

-Mi nombre no tiene importancia, solo recuerda que hay gente que está dispuesta a ayudar a sus semejantes aún con riesgo de perder su propia vida.

"El Yatero" le dio un abrazo y prometió que nunca usaría la violencia contra nadie que no se lo mereciera. Después los tres liberados se perdieron entre la espesura del río, refugiándose primero en el Molino de la Gitana y más tarde en el Cortijo de Aguas Blancas. Poco después, al reunirse con él Jesús Salcedo "capitán Salcedo" y dos de los hermanos Quero (Antonio y José), se echaron al monte a mediados de 1940.

A partir de las primeras operaciones quedó bien claro que la partida se abstendría de ejercer violencia alguna contra nadie y evitaría causar bajas a la población civil. Las pautas dadas por "el Yatero" se aplicaron a rajatabla. Tanto es así que varios de sus hombres aseguraron que en la partida se llegó a pasar hambre por no extorsionar a los campesinos.

En el invierno de 1946, Juan Francisco decidió disolver la banda y marcharse a Francia con los que quisieran acompañarle. Había comprobado que la lucha guerrillera estaba degenerando en muertes sin sentido, atracos sangrientos y violencia gratuita? Precisamente todo lo que él odiaba y había prometido que trataría de evitar.