10 de enero de 2017

Violencia y Genero



Los tribunales militares fueron un instrumento al servicio de la represión femenina, que señalaron a las mujeres dónde estaba su espacio —el que les era propio, lo doméstico, lo privado— a la vez que castigaron ejemplarmente a las que traspasaron la frontera e invadieron el espacio público, haciéndose visibles. Las trasgresoras, a menudo analfabetas y cargadas de hijos, no dejaron por ello de ser consideradas por estos tribunales “muy peligrosas para la Causa Nacional”, “significada sujeta” o “individua de dudosa moral pública y privada”. Dichos juicios les acarrearon penas de cárcel y destierro, poniendo así en grave riesgo a sus hijos; con los padres huidos, presos o desaparecidos. Estas mujeres representaban a menudo la única posibilidad de supervivencia para los suyos, el único modo de no perder la vida o de no perderse por los vericuetos del “auxilio social” de los vencedores y de la “piedad” de la Iglesia católica, donde el pan debía tragarse con la reeducación en los valores de la llamada “Nueva España”, a fuerza de himnos y rezos impuestos.



Ahora sabemos que ni siquiera en las cárceles estas mujeres permanecieron ociosas o hicieron dejación de su sentido de la solidaridad. Expuestas a las enfermedades, el hambre, la miseria, las torturas y las violaciones, preparaban paquetes para contribuir a la subsistencia de sus familias, emprendían campañas de alfabetización y seguían dedicadas a “sus labores”: tejer, lavar la ropa de sus presos y criar a sus hijos, si las acompañaban en prisión, ocultándolos en los recuentos

y haciéndoles vivir una vida de normalidad allí donde la normalidad era imposible.



Las mujeres también hicieron una labor de oposición al régimen franquista a través de la guerrilla; su participación, peculiar en cuanto al modo, fue absolutamente imprescindible, entonces, para convertirla en un instrumento real de oposición al régimen de los vencedores; hoy, para entender

la pervivencia de la misma. Por su participación en esta lucha las mujeres pagaron un precio al menos tan alto como los hombres —la muerte, la cárcel, la tortura— y sufrieron además específicamente la violencia sexual.