El odio permanente hacia los intelectuales
universitarios granadinos desde el momento en que estalló la guerra se manifestó
a través de ejecuciones sumarísimas,
pero también con la apertura de numerosos
expedientes de depuración.
Los datos que ofrecemos en el cuadro deben
ser analizados con cuidado, puesto que
no todos los expedientados fueron depurados, ni todos los depurados sufrieron el
mismo castigo: algunos se vieron obligados
a exiliarse; a otros les retiraron de su
cátedra pero pudieron permanecer en el
país; otros se quedaron en la Universidad
tras renunciar a su militancia, pero también
hubo quien cambió de bando para
aprovechar la nueva coyuntura.
Los casos de Gabriel Bonilla Marín y de
Alejandro Otero Fernández fueron los más
graves, puesto que se vieron obligados a
partir al exilio mexicano y, desde allí, se
encargaron de, a través de la Junta de Liberación,
ayudar al caído régimen republicano.
Idéntica suerte corrió Pablo Azcárate
Flores, quien fue embajador rojo en Ginebra
y después fue a Londres, o Fernando de
los Ríos, recién nombrado rector de la Universidad
Central.
Otros, como José Domingo Quilez y Cayetano
Cortés, José Álvarez de Cienfuegos y
Cobos o José García Valdecasas y Santamaría,
fueron separados de su cátedra pero pudieron
permanecer en España, probablemente
porque se retiraron a tiempo de la política
o bien por que pertenecían a partidos
de izquierda más moderados. Claudio Hernández
López o Francisco Gómez Román, auxiliares de Medicina, se retiraron de la
política con el suficiente adelanto como para
evitar sanciones mayores por pertenecer
al PRAG, primero, y al PSOE, después.
Más interés tiene el caso de Emilio Langle
Rubio, de quien se demostró su pertenencia
a Izquierda Republicana por lo que
fue sancionado. A pesar de ello, Langle fue
defendido por gente como el también catedrático
de Derecho y posterior alcalde franquista
Rafael Acosta Inglott. En la carta,
Acosta habla de Langle como un hombre
contrario a los principios del Frente Popular
al que perteneció y cuya vida giraba en torno
a la religión, el trabajo y la familia. Cartas
como ésta le valieron a Langle ser considerado
“depurado sin sanción” y seguir teniendo
una vida normal en Granada. Igual le sucede
a Ricardo Serrano, catedrático de Farmacia,
quien en una carta propia y en otra firmada
por Adelardo Mora Guarnido, vicerrector
de la Universidad en 1936, fue eximido
de cualquier conducta pro-republicana.
25 de julio de 2016
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