25 de julio de 2016

El odio permanente hacia los intelectuales universitarios

El odio permanente hacia los intelectuales universitarios granadinos desde el momento en que estalló la guerra se manifestó a través de ejecuciones sumarísimas, pero también con la apertura de numerosos expedientes de depuración. Los datos que ofrecemos en el cuadro deben ser analizados con cuidado, puesto que no todos los expedientados fueron depurados, ni todos los depurados sufrieron el mismo castigo: algunos se vieron obligados a exiliarse; a otros les retiraron de su cátedra pero pudieron permanecer en el país; otros se quedaron en la Universidad tras renunciar a su militancia, pero también hubo quien cambió de bando para aprovechar la nueva coyuntura.


Los casos de Gabriel Bonilla Marín y de Alejandro Otero Fernández fueron los más graves, puesto que se vieron obligados a partir al exilio mexicano y, desde allí, se encargaron de, a través de la Junta de Liberación, ayudar al caído régimen republicano. Idéntica suerte corrió Pablo Azcárate Flores, quien fue embajador rojo en Ginebra y después fue a Londres, o Fernando de los Ríos, recién nombrado rector de la Universidad Central. Otros, como José Domingo Quilez y Cayetano Cortés, José Álvarez de Cienfuegos y Cobos o José García Valdecasas y Santamaría, fueron separados de su cátedra pero pudieron permanecer en España, probablemente porque se retiraron a tiempo de la política o bien por que pertenecían a partidos de izquierda más moderados. Claudio Hernández López o Francisco Gómez Román, auxiliares de Medicina, se retiraron de la política con el suficiente adelanto como para evitar sanciones mayores por pertenecer al PRAG, primero, y al PSOE, después. Más interés tiene el caso de Emilio Langle Rubio, de quien se demostró su pertenencia a Izquierda Republicana por lo que fue sancionado. A pesar de ello, Langle fue defendido por gente como el también catedrático de Derecho y posterior alcalde franquista Rafael Acosta Inglott. En la carta, Acosta habla de Langle como un hombre contrario a los principios del Frente Popular al que perteneció y cuya vida giraba en torno a la religión, el trabajo y la familia. Cartas como ésta le valieron a Langle ser considerado “depurado sin sanción” y seguir teniendo una vida normal en Granada. Igual le sucede a Ricardo Serrano, catedrático de Farmacia, quien en una carta propia y en otra firmada por Adelardo Mora Guarnido, vicerrector de la Universidad en 1936, fue eximido de cualquier conducta pro-republicana.