DE LA DESBANDÁ AL EXILIO
La historia que os voy a relatar refleja una parte del terror y el dolor que se vivió durante la Guerra Civil Española y cómo afectó a la vida de las personas. La huida, “La Desbandá” desde Malaga hacia Almería y desde alli hasta el Levante y Cataluña, en algunos casos hasta Francia y el exilio y en algun caso extremo hasta el Holocausto, llena de incertidumbre y miedo, es un retrato de la desesperación que sentían aquellos que buscaban escapar de la guerra. La descripción de la carretera regada de cadáveres y objetos personales es un recordatorio de la brutalidad y la violencia que se vivió durante esos años. La búsqueda de los padres por parte de Ramón es un ejemplo de la determinación y la fuerza de voluntad de las personas que lucharon por sobrevivir en medio de la adversidad. La Guerra Civil Española es un capítulo oscuro de la historia de España y sus consecuencias siguen siendo sentidas hasta el día de hoy.
Es la historia de Antonio (o como tú le quieras llamar) contada a retazos por su nieto, llegó a Chile escapando del desastre de la batalla de Málaga y trajo marcado a fuego el terror y la desazón de la guerra. La herida nunca cicatrizó bien. El joven se alistó en las milicias del sindicato de estibadores de la CNT y en defensa de sus ideales tuvo que enfrentar a los “camisas negras italianos” en las cercanías de Colmenar, al norte de Málaga. Tenía veintidós años y aguantó bien los primeros asaltos del Corpo Truppe Volontarie. No fue lo mismo cuando aparecieron los carros blindados Fiat L3/33, que por los pueblos de la costa les flaquearon.
Tenía miedo, quería huir, salir por piernas, más la imagen de su madre y de su padre, en su casa de Málaga, que acudió a su mente, le detuvo. Hizo de tripas corazón y apretó los dientes dispuestos a no ceder un metro a los fascistas. No obstante, la dura retirada fue la constante ese día y el siguiente, y también el día que siguió al siguiente. Primero se replegaron a Alfarnate, luego a Alfarnatejo, luego a Riogordo, luego a Colmenar, y cuando estuvieron a la altura del puerto del León, Ramón decidió irse a su casa; con el armamento y los materiales que tenían entre las manos era imposible detener a las fuerzas italianas unidas a los moros, la aviación alemana y los barcos franquistas. Se intentó, pero no se pudo, se dijo para sus adentros, se echó el fusil al hombro y enfiló hacia Málaga, aprovechando la pendiente, corriendo como alma que lleva el diablo.
La ciudad, conforme era de esperar, estaba sumida en el caos. Tiros, voces y rezos llenaban el aire, especialmente plegarias. Todo el mundo, oportunamente empapado de ardor religioso, imploraba la acción de la Divina Providencia (es sabido que la desesperación del hombre es la oportunidad de Dios). Es más, ni la razón ni el socialismo, ni tan siquiera la visión de una revolución que cambiara el mundo servían de consuelo. Rostros despavoridos, desencajados, que parecían desprendidos de las pinturas negras de Goya, se echaban a la carretera con destino a Almería, la única puerta de escape. Una salida, en todo caso, envenenada.
Ramón no encontró a nadie en su casa ni a algún vecino que le pudiera indicar el paradero de sus padres. Caminó sin rumbo, consciente hasta que la corriente de pánico, que corría como la pólvora, le apresó. Los rumores ponían a Queipo montado en un caballo negro y encabritado en los alrededores de la catedral. Al rato, voces anónimas avisaban que los moros mataban y violaban a mansalva en Torremolinos y que los italianos entraban por el norte.Sabiendo lo que le esperaba si caía en manos fascistas, Ramon siguió al tropel de desdichados que caminaban por la Costa, primero hacia la provincia de Granada, Almuñecar, Salobreña, Motril, Castell, hacia Almería. Una romería lastrada por los negros pensamientos que cargaban sobre sus espaldas.
En la carretera a Almería, el torrente de desdichados era acribillado por la Legión Cóndor y bombardeado por la escuadra nacionalista. Cuando los aviones caían en picada o los estruendos de los cañones navales rompían el cielo, la gente salía del camino corriendo y buscaba refugio entre los arbustos y plantaciones o en cualquier agujero que les sirviera de abrigo. El camino se hallaba regado de cadáveres y objetos personales, desde ajuares de boda hasta máquinas de coser, espejos y maletas.
Antonio siguió la carretera buscando a sus padres en Torox, luego en Nerja, en Almuñécar, en Motril; en Torrenueva, amparado en la noche y cuidando que nadie le viera, dejó su fusil en la puerta del ayuntamiento y prosiguió su búsqueda de civil. Buscó en Castell de Ferro, en Adra, en Almería, en Garrucha; cruzó la sierra de Las Moreras y les buscó en Mazarrón, en Cartagena, en Alicante, en Altea, en Calpe, en Jávea, en Dénia y en Valencia. En los primeros pueblos buscó entre la gente que descansaba amontonada. Más adelante, cuando todo el mundo encontró su destino, o su pena, o su alegría, o una mezcla de ambos, pues el hallazgo de un ser querido puede ser portador de noticias aún peores que la muerte, les buscó en los ayuntamientos y en la cruz roja. Pero la guerra los engulló. De esta suerte, en silencio y recluido en sus demonios, continuó viaje a Barcelona.
Las noticias sobre la masacre de la carretera de Almería, la desbandá que le llamaban, que llegaban a Barcelona y a toda la república en forma de gritos de horror, no le permitían albergar ilusión alguna, así que Ramón decidió hacer las Américas. En enero de 1938, una mañana de lluvia fina y fría, embarcó con destino a Buenos Aires. Viajó en el War Mollow; un carguero de bandera inglesa que cubría una ruta entre el Cairo y Buenos Aires.
Según cuenta Andres, el nieto de Antonio,llegó a Buenos Aires sin grandes novedades. Estuvo malviviendo unos meses en las calles de la capital argentina hasta que decidió continuar viaje. En cuanto pudo, embarcó con destino a Valparaíso; según decían las lenguas ásperas y secas, de los refugiados que rondaban los muelles del Mar del Plata, allí había oportunidades de trabajo. Los vientos de guerra, el fascismo había anexionado Austria a Alemania y atacaba Checoslovaquia, soplaban cada vez más fuerte en los cuatro rincones del planeta y el precio de las exportaciones chilenas: los minerales, el vino, las legumbres, estaban por el cielo. El puerto de Valparaíso no daba abasto y la mano de obra cualificada en esos oficios escaseaba.
No le fue difícil conseguir trabajo. Las cosas le iban relativamente bien, incluso, una gran alegría: sus padres estaban vivos y consiguió contactar con ellos (el mundo de los refugiados era una red de informadores). Al fin consiguió saber por carta y le contaron que pasaron un tiempo con la familia política de su tío, que eran falangistas, falangistas reconocidos, “pero de los buenos”. También le pidieron que no volviera. No vuelva, hijo, decía la carta, aquí las cosas están muy mal. Los falangistas malos, los señoritos, son ahora los amos, los patrones. A los que pelearon no les perdonan, les fusilan donde los encuentran o los encierran en los campos de concentración, o no les queda otra que echarse al monte, a vivir como bestias, usted me entiende. Haga su vida allá, hijo.
Este fragmento de texto describe la odisea de un hombre llamado Ramón durante la Guerra Civil Española. Ramón, que ha estado buscando a sus padres, se une a un grupo de desdichados que caminan hacia Almería. Durante su viaje, la carretera está sembrada de cadáveres y objetos personales debido a los ataques de la Legión Cóndor y la escuadra nacionalista. Ramón continúa buscando a sus padres en varias ciudades y pueblos, pero sin éxito. La guerra parece haberlos engullido. Al final, Ramón continúa su viaje hacia Barcelona, en silencio y recluido en sus pensamientos y su dolor. Es un relato triste y emotivo que muestra la brutalidad y la injusticia de la guerra y su impacto en la vida de las personas.
(Fue curioso el destino del vapor War Mollow: meses más tarde, el barco pasó a manos de una naviera italiana que le rebautizó con el nombre de Fausto. Los italianos, por esas cosas del destino, utilizaron el carguero para repatriar material y tropas desde España; quizá, las mismas personas que Ramón combatió. Al poco tiempo que comenzó la segunda guerra mundial, el Fausto buscó refugio en Montevideo donde fue requisado por el gobierno uruguayo que le cambió el nombre a Maldonado. Finalmente, en agosto del 42, el mercante fue hundido en las cercanías de Haití por el submarino alemán U-510. No hubo muertos, solo fue hecho prisionero el Capitán del barco, Mario Giambruno).
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