Manolo estaba derrotadísimo, traía los zapatos rotos y caminaba casi con los pies descalzos. Era invierno. Derrotado porque poco antes habían matado a su hermano, los republicanos lo habían fusilado. Lo detuvieron y lo llevaron con un grupo de hombres. Su mujer había conseguido un salvoconducto para rescatarlo, pero cuando llegó al cuartel, cualquiera le dijo: 'Mire, en aquel basurero están las carteras de los hombres que han fusilado hoy; si no encuentra la de su marido es que aún está con vida'. La pobre mujer se fue a buscar, y la última cartera era la suya. Lo peor de la guerra es que las ideologías separan a las familias".
"Manolo consiguió que yo atravesara la frontera con la niña en el coche de unos diplomáticos belgas. Íbamos, y las bombas caían sobre la gente que iba a pie; caían sobre familias enteras, sobre niños y viejos que intentaban llegar a la frontera; el camino era largo y no todos llegaron. En uno de los trechos de la carretera nos paramos con el coche. Acababa de caer una bomba sobre una familia: todos estaban muertos salvo un niño de brazos. La chica belga, viendo que se movía, lo tomó para llevarlo con nosotros, y apenas alzado, murió. Llegamos a Francia. No teniendo donde ir, me senté con mi niña en una banca; entonces apareció un pintor mexicano que había conocido en el hotel Majestic, y se sentó con nosotros. En eso vino un tren que recogía refugiados españoles para trasladarlos a los campos de concentración. Éramos otra vez prisioneros. Los tomaban por la fuerza y los subían al tren. Y en eso que mi niña empieza a llorar, y se acerca un guardia civil a pedirme los documentos, y fue porque le hablé en francés, porque lo había aprendido desde niña en el colegio, y por aquel abrigo de piel, que me hacía parecer una mujer adinerada. Así me libré de que nos tomaran presos".
"Cuando llegué a París", continúa la esposa de Manuel Altolaguirre su relato, "llamé a la Embajada para dejar mi dirección; estaba preocupada, casi loca, porque habían publicado una nota en el periódico anunciando la muerte de Manolo. Pasaron días y al fin recibí la noticia de que se encontraba en un campo de concentración. Los intelectuales franceses lo rescataron y llegó a París. Apareció en el hotel con un abrigo negro y la cara transformada, nervioso, en un estado mental que daba miedo. Fue esa noche cuando me confió cómo había caminado por la nieve con los pies congelados. Durante días caminaba desesperado al ver a su paso niños famélicos y muertos; hasta que encontró un campo de concentración, al que se metió él mismo. Al entrar quiso darles de beber a unas personas que estaban casi muertas. Era invierno y por el frío llevaba puesta toda la ropa que tenía, y todos empezaron a reírse de él. Entonces, con aquel frío, empezó a quitarse, una a una, todas las prendas, hasta quedar desnudo; loco, en el campo aquel, frente a toda la gente, se sentó junto al fuego que ardía para calentarse. Después lo rescataron y lo metieron en un hospital psiquiátrico, en el que pasó una temporada. Llegó derrotadísimo, cuando la guerra había terminado".
25 de marzo de 2018
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