16 de agosto de 2017

Emilia Llanos Medina




Emilia Llanos Medina, aquella mujer capaz de mirar “los chopos encendidos y las lejanías desmayadas” del paisaje granadino, en expresión de Federico García Lorca; la amiga a la que Manuel de Falla hubo de exclamar en momentos de amargura: “Llore, llore, debe llorar”, formó parte de una Granada de la que apenas si nos llegan hoy reflejos directos. 





Nacida en 1886, Emilia Llanos, mujer culta e independiente a la vez que figura de la burguesía acomodada de Granada, falleció en esta ciudad en 1967.


Fue Agustín Penón, hijo de exiliados españoles, quien al hilo de su viaje a Granada en 1955 y de su decisión de investigar acerca de la figura y la muerte de García Lorca logró ganar la confianza de Emilia Llanos, acompañándola en largas veladas y recogiendo sus recuerdos acerca de los tiempos no tan lejanos compartidos con García Lorca, Manuel de Falla y otros amigos.





Aunque Penón no llegó a hacer públicos los frutos de su investigación, ésta finalmente se conoció gracias a un primer trabajo de recopilación a cargo de Ian Gibson (‘Agustín Penón. Diario de una búsqueda lorquiana, 1955-56’, Barcelona, Plaza & Janés, 1990) y a la posterior y exhaustiva edición de Marta Osorio (‘Miedo, olvido y fantasía. Agustín Penón, crónica de su investigación sobre Federico García Lorca’, Granada, Comares, 2001).





Las muchas horas compartidas por Penón y Llanos siempre giraron en torno a Lorca. Granada fue también protagonista en aquellas conversaciones y Falla resultó una referencia frecuente.


“Por fin conozco hoy, 21 de junio de 1955, a Emilia Llanos”, anotó Agustín Penón tras la primera visita a la casa de aquélla en Plaza Nueva: “Emilia nos habla de la amistad entre Federico y Falla, y nos asegura que Federico sentía por don Manuel una especie de santo terror. […]. Durante casi un año Federico se ausentó del carmen de don Manuel, aunque admiraba muchísimo al maestro”.





Contó Emilia la ocasión en que Falla reclamó su presencia en el carmen de la Antequeruela y, una vez allí, el músico le transmitió su preocupación por la influencia que sobre Lorca podían tener algunas compañías que el poeta parecía frecuentar, demandando de ella una intervención al respecto ante Lorca. “Hubo luego una larga discusión entre ellos; pero Emilia siguió negándose a hablar con Federico de aquel asunto”, según recogió Penón y leemos en la edición de Ian Gibson mencionada.





Asidua de las tertulias dominicales en casa de Falla, a la que entró por primera vez acompañando a García Lorca, Emilia Llanos supo despejar el camino por l que transitaban la amistad y el afecto mutuos entre el músico y el poeta, como en la ocasión anotada por Penón: “Emilia vio por casualidad a Federico en la calle y le dijo: ‘Ahora mismo tomas el tranvía y te vas a casa de Falla, que te quiere tanto. Es injusto que tú, el mejor poeta de España, estés descuidando así al mejor compositor de España’. Federico obedeció.


Poco tiempo después Falla le dijo a Emilia que estaba encantado: Federico había ido a visitarlo y estuvieron hablando horas y horas. Emilia fingió sorpresa ante la grata noticia”.





Hubo, sobre todo en los años 20, muchos momentos de alegría compartida en Granada: “Nos invitaron a la actuación de la Niña de los Peines en la Plaza de Toros vieja. Fuimos con el maestro Falla. Algo inolvidable. Federico estuvo loco de entusiasmo. Los dos fueron a saludarla”, según el apunte escrito por la propia Emilia para Agustín Penón. O este otro, con motivo de las jornadas previas al Concurso de Cante Jondo de 1922: “Granada estaba llena de artistas, pintores, poetas, músicos, escritores, en fin no vivía más que para los preparativos.


Nos veíamos casi a diario en casa de Falla, en el teatrito del Hotel alace, por la noche en el museo


donde seguían los ensayos; en fin, una temporada deliciosa”.





El ambiente en Granada cambiaría, y mucho, apenas una década después. Emilia habría de fijar sus criterios y sentimientos más personales ante la convulsa sociedad que enarbolaba sus diferencias.


Así por ejemplo, ante lo que no pocos católicos vieron como una persecución alentada por sectores republicanos, Emilia rellenó a mano y firmó en Granada el 5 de abril de 1932 un pequeño documento mediante el cual disponía “de manera expresa  que cuando muera mi enterramiento tenga carácter religioso con arreglo a las normas de la Santa Iglesia Católica, a la cual pertenezco”. Firmó también este documento, como testigo, Manuel de Falla.





Autor: RAFAEL DEL PINO. Granada.

1 comments:

Charchi dijo...

No solo era su amiga, también estaba locamente enamorada de él. Razón por la cual siempre le sirvió de confesora y tuvo siempre su hombro dispuesto y preparado para Federico. Descanse en paz el alma de esa gran mujer.