Henos aquí ante cien cartas inéditas de Pablo Iglesias. El polvo de los años ha impreso en sus hojas manuscritas la pátina inevitable del tiempo. Cien cartas, color de pergamino, trazos rápidos y nerviosos unas, lentos y temblones, otras, nos traen el recuerdo emocionado, a veces triste y doloroso, de la figura señera del «Abuelo».
Otro abuelo —setenta años respetables, prendidos en los hilillos de plata de sus luengas barbas— las ha puesto en nuestras manos. Es Isidoro Acevedo. De la vieja guardia socialista. De aquella generación que, a golpe de sacrificio y a costa de abnegación y voluntad, abrió brecha por primera vez en la conciencia del proletariado español. Las cien cartas reposaban, guardadas como oro en paño, en el arcón de los recuerdos de Acevedo. Un viejo y descolorido balduque, ¿de dónde podría sacarlo este viejo de anda¬ res cansinos y mirada agradable?, trazaba su aspa roja sobre el paquete que las contenía. Y sobre él, como añoranza del tiempo pasado, un rótulo manuscrito. Este: «Cien cartas de Pablo Iglesias. De 1901 a 1920».
Acevedo guardaba su tesoro. Nadie había jamás husmeado en sus riquezas. Pero un día, tableteo de ametralladora a poca distancia, estampidos de artillería que rompían el silencio triste y dolorido de la gran ciudad sitiada, el viejo militante tuvo la debilidad de poner sus recuerdos en manos de un periodista. Las cien cartas inéditas de Iglesias desfilaron, quizá con ansia febril de descubrir los secretos de una época histórica, por manos de quien esto escribe. Acevedo, preocupado posiblemente por el porvenir que aguardara a aquel tesoro oculto, meditaba silencioso ante los viejos pergaminos. Era toda su vida. Recordaba su pasado... Días de lucha, de abnegación. Sacrificios, persecuciones. Toda su trayectoria, parte de sus luchas más duras estaba allí, en aquellas cuartillas descoloridas por el tiempo...
—Me faltan muchas—musitó con no poco dolor—.
La Policía, en sus frecuentes incursiones, ha ido poco a poco destruyendo parte de mi pasado. Y nosotros seguíamos leyendo, ávidos, devorando con nuestros ojos las cuartillas autógrafas del fundador del Socialismo español. De repente, un alto en el camino. La vieja y la nueva generación se entrechocaron en una mirada escrutadora. ¿Por qué no edita usted estas cartas?, inquirimos súbitamente.
Sería interesante conocer ahora, precisamente ahora, los secretos de la política proletaria en los tiempos heroicos. Acevedo meditó un momento. Sus ojos, enternecidos quizá por el recuerdo y la nostalgia, se fijaron en las cien cartas polvorientas.
Lo pensaré, lo pensaré... Podría ser interesante, ¿verdad?....
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Cien cartas inéditas de Pablo Iglesias a Isidoro Acevedo prólogo de Isidro R. Mendieta
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