17 de enero de 2016

Federico Garcia Lorca y Agustin Penon, una busqueda...

Por Isabel Martínez Reverte.

El destino de Federico García Lorca es un misterio desde hace 75 años. La última vez que se le vio con vida fue el 16 de agosto de 1936. Se supone que García Lorca está enterrado bajo un olivo, en cualquier lugar del barranco de Víznar.
Desde su desaparición han sido muchos los intelectuales que se han obsesionado con la historia de sus últimos días de vida. Y de su muerte.
Fue el inglés Gerald Brenan quien descubrió en 1949 que Lorca había sido asesinado en algún lugar en Víznar, un pueblo cercano a Granada. Lo publicó en su libro de viajes por nuestro país titulado La faz de España. En el capítulo dedicado a Granada, Brenan reflexionaba sobre una ciudad que tantas veces había visitado y decía desde el mirador de San Nicolás:
Este era el Albahicín tal como acostumbraba a ser y sin embargo ¿por qué parecía tan cambiado, tan distinto? Mientras permanecía allí sentado escuchando el canto de los gallos, me llegó la respuesta: Esta era una ciudad que había matado a su poeta…

Desde ese momento todos los que vinieron a Granada en busca de respuestas dijeron sentir una emoción semejante: la tristeza de la ciudad, que entonces veían en blanco y negro.
Luego llegó el periodista de Le Figaro Litteraire, Claude Couffon, quien escribió un reportaje que provocó las iras de la Diplomacia española. Por esos años Lorca no había sido rehabilitado por el Régimen y Franco no permitía insinuar nada del trágico final del poeta.
Más tarde fue el turno, también en Le Figaro (1956), de Jean-Louis Schonber, Mari Laffranque, la primera que estudió la obra lorquiana, Marcelle Auclaire e Ian Gibson, autor de la gran biografía sobre el poeta granadino:
Yo llegué a todo —dice Gibson—  a través de mi fascinación por la obra del poeta. Fui a Granada en busca de sus raíces y todo se convirtió en investigar las circunstancias de su muerte.

Todos buscaban lo mismo: saber cómo fue el crimen y dónde yacían los restos del poeta. Ningún español podía realizar este trabajo, dadas las circunstancias de entonces (aunque luego investigaron muchos y muchos siguen investigando).
¿Por qué fue detenido y fusilado Federico García Lorca, un republicano sin filiación política? ¿Hubo una denuncia tan poderosa que pasó por encima de  la protección que le brindaba el alto dirigente de Falange José Rosales? ¿Fue su condición homosexual determinante en la muerte? ¿Influyeron rencillas familiares alimentadas en asfixiantes ambientes provincianos? ¿Despertaba su éxito una envidia capaz de cargar las armas que lo mataron? ¿Fue su cadáver desenterrado y vuelto a inhumar?
Son preguntas a las que se ha tratado de dar respuesta en un buen número de libros. Y yo las he intentado trasladar en una serie de reportajes para Televisión Española. Fue durante la realización de uno de estos trabajos, emitido en Informe Semanal en 2006, cuando los del equipo que lo hacíamos oímos hablar de Agustín Penón a Juan de Loxa, granadino y director durante muchos años de la Casa Museo de Fuentevaqueros.
Marta Osorio
Juan de Loxa nos puso en contacto con Marta Osorio, la depositaria de la investigación de Agustín Penón. Y a partir de entonces he intentado dar a conocer todo lo que Marta cuenta en su libro Miedo, olvido y fantasía. Voy a explicar por qué.
Vamos a situarnos en Granada en 1955. Es una  ciudad acongojada aún por el horror que se había apoderado de ella durante la represión de 1936.
No han pasado aún veinte años de los fusilamientos que siguieron a la toma de Granada por el Ejército rebelde. Los que son juzgados en procesos sumarísimos son fusilados frente a las vallas del cementerio.
En Granada todo el mundo sabe además que en torno a la ciudad existen fosas comunes donde yacen miles de víctimas, desaparecidas. Pero la gente tiene miedo de hablar. Lo comprobará muy pronto un norteamericano de nombre español que llega aquel año a Granada en busca de la verdad sobre la muerte de Federico García Lorca. Se llama Agustín Penón.
Agustín Penón era catalán, hijo de exiliados del bando nacional que abandonaron Barcelona poco después de estallar la Guerra Civil. Eran dueños de una fábrica de muebles que requisó la FAI y se instalaron en Costa Rica.
Penón siempre dijo que le ayudaron a soportar el exilio durante su adolescencia las lecturas de la obra de Lorca. Un amigo suyo le había regalado poco antes de su partida un ejemplar del Romancero Gitano. Muy joven aún se trasladó a vivir a Nueva York. Fue allí donde conoció al dramaturgo William Layton, que luego sería muy conocido en España, pero adonde quizá no hubiera viajado nunca de no ser por Penón.
William Layton y Agustín Penón se convirtieron en socios literarios, amasaron una pequeña fortuna con el guión de un serial radiofónico y gracias a ello pudieron viajar a España en 1955. Y así Penón pudo llegar hasta Granada para investigar, por fin, una incógnita que le obsesionaba: la muerte de Federico García Lorca.
Todo lo que sabemos de los últimos días del poeta se lo debemos a Penón, que habló durante un año y medio con amigos y enemigos de Lorca que estaban aún vivos. Y sobre todo encontró a testigos fundamentales para determinar las circunstancias de la muerte.
Además de las entrevistas con familiares cercanos del poeta, la investigación de Penón incluyó muchas noches de alcohol y conversación con falangistas locales. Agustín Penón incluso asistió a un homenaje que sus camaradas tributaron a José Rosales, Pepiniqui, hermano del poeta Luis Rosales y jefe de la Falange granadina, en cuya casa se refugió Lorca tras el golpe militar y de donde salió hacia su muerte. Penón era un hombre muy listo pero ignorante de lo que ocurría en Granada. En ese homenaje a Pepiniqui le piden que diga unas palabras.
Es el americano, bien vestido y con dinero. Penón en copas, rodeado de falangistas dice «por Granada y por Federico García Lorca». Se hizo un enorme silencio y ahí descubrió que las cosas no eran como parecían y empezó a sentir miedo, a sentirse vigilado. Pero siguió investigando y decidió que lo mejor era escribir en inglés, idioma que pensaba nadie hablaba en Granada.
Entre los amigos de los Rosales había un testigo fundamental, José Jover Tripaldi, que custodió a Lorca durante su última noche en La Colonia, el edificio reconvertido en prisión para los condenados a muerte, y que relató a Penón las últimas horas del poeta.
Muchas noches de juerga y borrachera para obtener información. En una de esas noches, Miguel, otro de los hermanos Rosales le confesó que no le gustaba nada la amistad de Federico con su hermano Luis. Naturalmente se refería a la homosexualidad de Lorca.
En su diario describe muy bien el cinismo, la hipocresía, la golfería, la miseria de un grupo de hombres vencedores de la guerra. Llega a ir con ellos de nazareno de la cofradía de Santo Domingo. Aquella Semana Santa de 1955, hizo todas las estaciones en todos los bares por donde pasaba la procesión, junto a Miguel Rosales. Por supuesto, pagaba Agustín Penón.
Penón vivía obsesionado por encontrar el lugar del asesinato y enterramiento. En su búsqueda recorrió una y otra vez, el barranco de Víznar, tratando de localizar la sepultura. Fue así como encontró a Gerardo y a Blas Ruiz Carrillo, este último dueño de La Casita de Papel, un humilde hostal desde el que se contempla el lugar de los fusilamientos. Allí se instaló Penón. Estos hermanos le contaron que habían visto el cadáver y le ayudaron a marcar el lugar donde creían que estaba la tumba, junto a un olivo solitario. El afán de Gerardo era que vinieran los americanos a derrocar a Franco. Hablamos de 1955.
Penón nunca llegó a saberlo, pero aquella colaboración le costó a Blas una orden de destierro lejos de Granada. Tampoco supo que Gerardo terminó por suicidarse. Luego conoció a Manuel, el Comunista que le indicó el olivo que años más tarde localizaría Gibson. Ian Gibson le hizo luego una entrevista sonora que está archivada en Fuentevaqueros.
Penón habló también con María Andrada, esposa del miembro fundador de Falange Alfonso García Valdecasas. Esta mujer le dio la clave de la salvaje represión que siguió al golpe en Granada: el temor de los rebeldes golpistas, que se sentían totalmente rodeados, su temor a que la ciudad fuera recuperada por las tropas republicanas, fue lo que trataron de impedir asesinando a cualquier persona real o supuestamente comprometida con el gobierno de la República. Lorca sería una de estas víctimas.
La frialdad del testimonio estremeció a Penón, que consiguió transmitir en su diario, una frialdad que hoy sobrecoge al lector.
Finalmente Penón llegó a encontrar en el Registro Civil el certificado de defunción que la familia de García Lorca había conseguido que se extendiese en 1940, para resolver asuntos de herencia y de derechos de autor. Este documento no lo había visto hasta entonces ningún investigador. Muchos años después William Layton lo vendería a Juan de Loxa para el Museo de Fuentevaqueros.
En él se certifica que el poeta «falleció en agosto de 1936 a consecuencia de heridas producidas por hecho de guerra, siendo encontrado su cadáver el día 20 del mismo mes en la carretera de Víznar a Alfacar». Considero un escrito surrealista propio de este país el hecho de hablar de un cadáver que nadie ha visto.
Granada
Desde que el hispanista Gerald Brenan marcó en 1950 el lugar del asesinato de Lorca en el barranco de Víznar, nadie antes había llegado tan lejos en las averiguaciones en torno a la muerte del poeta, e Ian Gibson, a quien se considera un destacado biógrafo de Lorca, recorrió en 1965 los mismos caminos que había trazado Penón diez años antes.
Agustín Penón tenía prácticamente toda la historia. Incluso tras abandonar Granada en 1956, se entrevistó en Madrid con Ramón Ruiz Alonso, el antiguo diputado de la CEDA que detuvo a Federico García Lorca en casa de la familia Rosales. Cuando Gibson consiguió hablar con Ruiz Alonso varios años después, este le confirmó que era la segunda persona que le preguntaba por su participación en la muerte de Lorca y que el primero había sido «un mariquita norteamericano». Penón escuchó de labios de Ruiz Alonso la primicia, hasta hoy no confirmada, de que había una denuncia contra Federico García Lorca.
Y de repente, cuando su investigación había sido tan fructífera y sin que sepamos por qué, Agustín Penón abandonó precipitadamente España y nunca regresó. En su diario afirma que la policía secreta empezaba a interesarse por su trabajo y le seguía de cerca. Se decía también que era un espía de la CIA, porque manejaba dinero y hacía muchas preguntas.
Además, en Granada no había pasado desapercibida su condición homosexual, y no hay que olvidar que el régimen franquista aplicaba a los gays la Ley de Vagos y Maleantes. Penón se sentía protegido por su nacionalidad norteamericana, pero temía por el destino de toda su investigación.
Agustín dejó también escrito su enorme alivio al ver como se alejaba un peligro que él sentía muy real cuando, en el otoño de 1956 el barco en el que abandonó España dejó las costas de Cádiz. En su maleta llevaba documentos que nadie antes había conseguido, fotografías hechas por él mismo, entrevistas con todas las personas relacionadas de un modo u otro con Lorca y con su muerte, algunas páginas inéditas del poeta que le habían sido confiadas y un diario muy detallado, escrito en inglés, de sus averiguaciones hechas en Granada y Madrid.
La maleta
Otro misterio: ¿Por qué todo aquel material no vio la luz? Penón nunca escribió el libro que tenía proyectado. Una semana antes de su muerte, que ocurrió en San José de Costa Rica en 1976, entregó a William Layton la maleta donde conservaba el fruto de su investigación. La maleta permaneció dos años bajo la cama de Layton. Hasta que llegó Ian Gibson, quien había investigado en 1965 —diez años después que Penón— la muerte de Lorca y le entregó todo el material de la maleta, bajo contrato notarial, para que lo publicara. El material fue devuelto luego a Layton. En noviembre de 1990 la editorial Plaza Janés publicó Agustín Penón, diario de una búsqueda lorquiana (1955-1956), edición a cargo de Ian Gibson.
En la solapa interior aparece la biografía de Gibson, mientras que de Penón se dice en la contraportada «¿Quién fue aquel misterioso personaje?». Cuando en 1965, Ian Gibson empezó en Granada sus investigaciones sobre el asesinato de Federico García Lorca, todos le hablaban de un tal Agustín Penón, quien diez años atrás, había llegado como él a la ciudad en busca del poeta... En el documental La maleta de Penón Gibson afirma que hizo todo lo posible por localizar a este personaje sin resultado alguno.
Miedo, olvido y fantasía…
El libro apenas tuvo difusión y el nombre de Agustín Penón probablemente se habría sumido en el olvido si los documentos que contenía aquella maleta itinerante no hubieran caído en manos de una persona tan culta como sensible, Marta Osorio.
Me costó gran esfuerzo conocer a Marta. Dos años de llamadas, dos años que ella posponía el encuentro por mil excusas. Conocerla ha sido para mí un privilegio. Puedo decir que yo he tenido un reportaje en exclusiva sobre la autora del libro que más me ha impactado en los últimos tiempos.
Marta Osorio es conocida sobre todo por sus libros para niños, pero antes que escritora fue actriz. En 1955 conoció a Agustín Penón y a William Layton, con quienes trabó a lo largo de los años una profunda amistad. Se conocieron cuando tenía 15 años, cuando ella iba a participar en una representación de La Celestina, representación que prohibió de manera fulminante el gobernador civil de Granada a instancias del Obispado. Marta fue amenazada de excomunión y huyó a Madrid. Aquí probó a ser actriz pero no tuvo éxito y se dedicó a ganarse la vida como escritora de cuentos.
Cuando Layton murió, en 1995, dejó expresado en su testamento su voluntad de que la maleta con los documentos de Penón pasaran a manos de su amiga Marta Osorio. Marta tardó más de diez años en ordenar todo lo escrito por Penón, pero finalmente lo editó en 2001 bajo el título Miedo, olvido y fantasía. Crónica de la investigación de Agustín Penón sobre Federico García Lorca.
El título, copia literal de algo escrito por Penón, alude a lo que éste se encontró en Granada: Miedo de hablar de la muerte de Lorca, olvido en muchos casos deliberado de lo que ocurrió y testimonios en los que era difícil separar la fantasía de lo real.

Publicado por Comares, una pequeña editorial granadina, el libro se agotó rápidamente y Marta Osorio ha sacado una segunda edición, en la que ha añadido sus propios descubrimientos, surgidos a raíz de la publicación del impresionante libro de Penón.
En 2006, la Diputación de Granada dedicó una exposición al material contenido en la Casa de los Tiros. Y ahí empieza otra historia apasionante. Muchos granadinos acudieron a contarle cosas sobre los personajes que aparecían en la exposición: Fue así como se enteró por Gerardo Ruiz que los hermanos Ruiz Carrillo habían sido expulsados de Granada tras hablar con Penón, que habían sido maltratados, que él había heredado los zapatos que Penón se había comprado para la procesión.
Marta Osorio descubrió quién era Manolillo, el Comunista, el enterrador de Lorca junto a un grupo de masones, aquellos enterradores que luego eran fusilados, casi todos catedráticos de la Universidad de Granada. Hace unos días ha publicado un artículo demostrando que Penón jamás perteneció a la CIA… y sigue investigando.
En septiembre de 2008, la asociación para la recuperación de la memoria Histórica de Granada presentó al juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón, dos croquis donde se suponía podía estar la tumba de García Lorca. Uno de los croquis era el dibujado por Penón, a instancias de Manolo, el Comunista.
El pasado año 2010, la Junta de Andalucía autorizó buscar los restos del poeta en una zona acotada de Víznar, solo en una. El resultado ya lo saben: en ese lugar no estaba el poeta. No estaba nadie.
Hoy 75 años después de la muerte del poeta y 56 de la visita de Penón seguimos sin saber nada del paradero del poeta y yo, en mi humilde opinión, creo lo mismo que Penón y leo lo que él escribió en su diario:
Me pregunto si existe alguna manera eficaz de llegar al fondo de este asesinato, creo que no la hay. El secreto de esta muerte se irá a la tumba con los pocos que lo conocen. Permanece enterrado ya bajo una enorme montaña de culpa y de miedo. Un miedo que lo contagia todo, también yo lo siento ahora avanzar sigilosamente dentro de mí...