En estos tiempos que
vivimos, difíciles para nuestros jóvenes por la falta de trabajo y la necesidad
de emigrar, hay que recordarles que nuestra historia está llena de personas que
por múltiples razones eligieron este camino para sobrevivir.
Pero no es lo mismo la
situación actual que la que tuvieron que vivir nuestros vecinos a finales del
siglo 19 y principios del 20, era una emigración por el hambre, los caciques de
sus pueblos y la injusticia que les atenazaba.
Después en el
franquismo, aquellos años 50 y 60, los años del hambre les llamaban mis
abuelos, fueron los de los viajes de ultramar. Argentina, Cuba, Méjico, Chile,
Brasil… países que acogieron a nuestros compatriotas que emigraban huyendo de
la represión política para salvar sus vidas.
Finalmente en los 70 y
siguientes fue la marcha a Europa, todos hemos tenido familiares en Francia,
Suiza o Alemania que gracias a privaciones personales y muchas horas de trabajo
(mejor dicho trabajos, así nació el pluriempleo) consiguieron mandar sus
ahorros a España y mantener a sus familias. Muchos de ellos siguen viviendo
allí y sus hijos nos visitan por vacaciones…
Pero hoy quiero
hablaros de los que salieron en busca de aventuras y ese es el caso de Juan de
Dios Romero Escobar, Soldado contra los carlistas, sublevado monárquico en
Sagunto, penado en Ceuta, amigo de bandidos, sargento en Ultramar, jefe de los
insurrectos filipinos contra los yanquis; pastor en California... Una curiosa
historia que publico la Revista Estampa, en Madrid, año 8, nº 386 - 8 junio
1935.
UN PASTOR DE CABRAS QUE
SABE INGLÉS
Conocí al protagonista
de este relato—un trozo vivido de la historia de España en la carretera que va
de Granada a Málaga, frente a un pintoresco pueblecito de la vega llamado
Huétor-Tájar...
El pastor Juan de Dios
Romero Escobar—traje de pana, zurrón en bandolera y honda a la cintura— sirvió
de intérprete entre unos turistas ingleses, que no acertaban a reparar la
avería de su automóvil, y yo, que no sé una palabra del idioma de Lord Byron.
-Llevan aquí más de dos
horas—me dijo—. Ha pasado mucha gente, pero no han logrado hacerse entender...
¿Lleva usted alguna bujía de repuesto?
-Sí... Pero a usted
¿cómo le entienden? —¡Toma!... Pues porque les hablo en inglés... —¿Y es usted
pastor? ¿Y español? —Nacido en Huetor, ese pueblecito que se ve ahí detrás...
Es sorprendente... elogio,
admirado. Los turistas han reparado la avería.
Me dan las gracias, y luego intentan gratificar
a Juan de Dios.
-Yo no vendo los
favores—contesta en español, muy ufano y orgulloso.
Y agrega: —Good bye. A -pleasant journey, gentlemen! (¡Adiós!
¡Buen viaje, señores!)
Desaparecido el coche
entre una nube de polvo, pregunto a Juan de Dios: ¿Ha sido usted siempre
pastor?
-No... De niño fui
corneta de las fuerzas liberales en la guerra carlista... —Pocos años tendría
en aquella época. —Doce nada más... He sido hombre de dinero, sargento del
Ejército, teniente coronel de insurrectos en Filipinas... Muchas cosas... Pero
se me hace tarde para ir a pastorear...
-Le acompaño...
-Como quiera... Vamos a
lo alto de aquel olivar que hay al otro lado de la Carretera... Cabras!... ¡Eh,
cabras!... Y echamos a andar monte arriba.
-Nací en Huetor el año
62 (1862) me dice. Y apenas pude tenerme en pie, me dedicaron a guardar cerdos
en casa de los Muñoces. El oficio no me gustaba, y un día, después de una de
las innumerables palizas con que me obsequiaba mi padre, me escapé a Málaga,
con lo puesto y sin un solo céntimo. Todavía me acuerdo de la carrera que me dio
el amo de la venta del Rayo, en Laya-Loja, porque, sin darme cuenta, me llevé
unos chorizos que no había pagado.
- ¿Qué hizo usted en
Málaga?
-Buscar qué comer, que
no era poco... Yo me había escapado de mi casa por vivir sin trabajar. --¿Y lo
logró?
-En la plaza de la
Merced, de Málaga, donde está el monumento a Torrijos, me abordó un re
enganchador del Ejército
-¿Qué haces?
-Buscar un sitio donde
comer sin romperme los huesos.
-¡Hombre! Tengo una
cosa'para tí.
-¿Quieres sentar plaza?
(alistarte al ejercito)
-Soy mu y joven , Doce,
recién cumplidos
-Pero eres muy alto...
Puedes decir que tienes diez y ocho...
-Y senté plaza como
voluntario, con destino a La Habana, con diez reales de paga y cincuenta duros
de prima de enganche, de los que, por cierto, no he tenido noticias todavía...
Nos pasaron revista, y sin duda le debí ser simpático al sargento, que me
preguntó: qué edad tenía. 18, le respondí.
Una bofetada. ¿Qué edad
tienes? 18. Otra bofetada. Pues la
tercera no me la da, pensé. Y cuando me iba a preguntar de nuevo contesté: No
tengo más que 12.
Haberlo dicho antes y
te hubieras ahorrado las bofetadas. Fuera de filas.
-Lloré. Compadecido de
mí, me hizo corneta del brigadier y los dos «fuimos destinados» al regimiento
de Caballería Castillejos, de guarnición en Zaragoza.
- A los 6 días de estar
en Zaragoza, salimos a pelear contra las fuerzas carlistas. Muy de mañana
entramos en combate; llevábamos dos días sin comer más que pan. No hacía falta.
Nos alimentábamos con el aire y los tiros. Volví a llorar por segunda vez desde
que era soldado. ¡Yo me quiero ir a mi casa con mi madre! ¡Quiero volver a mi
casa aunque me obliguen a trabajar!... pensaba yo en esto cuando pasó el
sargento:
¿Qué haces, corneta?
¿No ves que nos van a achicharrar?
Yo me quiero ir con mi
madre.
!Cobarde¡ rugió al
mismo tiempo que me daba un puñetazo que me puso la espalda negra.
Carga la tercerola y
dispara contra los carlistas...¡Por España y por la Libertad!
Estoy seguro de que mis
tiros no pasaron de las orejas del caballo, pero vencimos nosotros.
Los Carlista tuvieron
que retirarse deshechos.
En Teruel tumbamos a
casi todo el batallón de zuavos de doña Blanca de Navarra, al que habían
ordenado matar a las mujeres. Otro combate en el llano el Cencerroso, de Mora
de Rubielos. Poco después estábamos alojados en Alcoba (Ciudad Real), cuando
inesperadamente recibimos orden de salir para Valencia e incorporamos a la
brigada de Daban, que pasaba a depender del capitán general de la región:
Jovellar, creo que se llamaba.
-¿Qué fundamento tenía
la marcha? —
-Nos pusimos en marcha.
Los soldados no hacen más que obedecer. No sabían nada de lo que tramaban los
jefes. Únicamente yo, entonces cornetín de órdenes de don José Serrano, oí
decir en banderas que la política andaba revuelta y que los militares
descontentos con la República iban a dar un golpe para proclamar rey a Alfonso
XII... Llegamos a Sagunto, en diciembre de 1874, y nos alojamos en el mesón La
Estrella, al aire libre, para que usted lo entienda mejor.
Cuando las hogueras
comenzaban a dar calor, tuve que tocar llamada. El general Martínez Campos iba
a pasar revista a la tropa. Parece que lo estoy viendo todavía. Un campo lleno
de soldados soñolientos, ateridos de frío, en correcta formación y un continuo
¿qué pasa, qué pasa?, corriendo de boca a oído por la filas... Sonó la corneta.
Presenten armas. Y sobre un tablado, espada en alto, apareció Martínez Campos:
Soldados españoles, se ha acabado la guerra. Ya tenemos rey. ¡Viva el rey don
Alfonso de Borbón y Borbón!, contestamos nosotros. Y entonces apareció el
retrato de un niño vestido de sargento segundo de infantería...
¡Ya tenemos rey los
españoles!
Al otro día, por
Castellón y Segorbe, fuimos al Alto Aragón para a unirnos a la columna de
Miranda y entrar en combate contra siete batallones carlistas que, situados
entre Pamplona y Estella tenían en jaque a las fuerzas liberales.
Allí conocí en persona
a Don Alfonso Xll , que tomó el mando de las fuerzas. Er a un muchacho guapote,
simpático, con patiyiyas a la inglesa y lijero bozo que apenas se conocía si
era bigote.
-Por sorteo le tocó a mí
escuadrón ir a Cuba. Me licenciaron. Pero yo no podía ser otra a cosa que
soldado. Y en junio de 1875 me enganché como voluntario en el batallón de
Cazadores de San Quintín, número 7, que mandaba don Alonso Fidel de Santocildes.
-¿Tomó usted parte en
muchas operaciones? >
-En muchísimas. Luché
contra José Maceo y contra Máximo Gómez. Estuve en Guantánamo, en Rochas.
Morón, en Guaui, en Santiago... Pero la acción que más recuerdo fue la del 9 de
octubre de 1877, cuando nos apoderamos del jefe revolucionario de las Villas:
Estrada Palma. Aquel día gané los galones de sargento. Poco después llegó a
Cuba don Arsenio Martínez Campos. Llevaba propósitos pacificadores, y en
febrero del 78 se suspendieron las hostilidades aunque no totalmente, porque en
algunos puntos alejados de La Habana los insurrectos seguían dando que hacer,
firmándose lo que se llamó el Convenio del Zanjón.
A consecuencia de aquella
paz se dio orden de repatriar a varios batallones, entre los que figuraba el
mío. ¡Qué emoción sentí al volver a España! Hacía tres años que salí de mi
país, y muchas veces, luchando contra los insurrectos... o contra el hambre,
perdí la esperanza de pisar otra vez el suelo de Huetor, tan querido para mí,
más querido cuanto más lejos estaba...
-Me destinaron a
Málaga, y allí, por casualidad, me enteré de la muerte de mi padre. ¡Pobrecillo!
Le recé un padrenuestro...
-Después me fui a la
cantina del cuartel... Me emborraché aquella noche. No podía hacer otra cosa, para
olvidar mi pena. Dando tumbos cruzaba el patio del cuartel, cuando me salió al
paso otro sargento, que presumía mucho, porque era hijo de un capitán: —¿No te
da vergüenza, borracho?, Voy a decírselo
a mi padre para que te arreste.
-Es lo único que puede
hacer un chivato como tú—le contesté,
-Animal! AI fin y al
cabo, pastor. Y añadió, burlándose de mí: —¡chico! Échalas pa aquí. No las
espantes... Palurdo!
Soy poco amigo de que
nadie me traquetee... Estaba borracho aquella noche...
-Me parece que lo que
te voy a espantar a ti van a ser las muelas—le dije. Eres tú poco valiente para reírte de mí.
Y le di tal puñetazo en
la cara, que le tuvieron que llevar al botiquín, echando sangre por boca y
nariz. Llegó el padre, que estaba de
”semana” y quiso pegarme abusando de las estrellas. No se lo consentí. Del rey
para abajo no puedo tolerar que me pegue nadie...Me obliga a ello los galones
que llevo en la manga, ganados en los campos de Cuba. Sucedió lo de siempre. El
pez grande se come al chico y me condenaron a un batallón de castigo en Ceuta.
-Me cargaron un delito
de insubordinación militar, y en consejo de guerra fui condenado a cadena
perpetua, que cumpliría como soldado raso en un presidio o en el Fijo de Ceuta,
en un batallón de castigo. Opté por lo último... Por lo menos no estaría
encerrado... los moros no eran peligrosos por aquella zona.
En Ceuta tropecé con
una buena persona, el capitán Baeza, que me sacó de ordenanza (los militares
castigados no podíamos ser asistentes).
Este hombre tenía una sobrina que despertó en mí las primeras
sensaciones amorosas. En aquel infierno solitario que era Ceuta la presencia de
Juanita ponía un poco de alegría... Yo le buscaba flores, nidos, huevos de
pájaro...Le hacía las labores más penosas de la casa. Yo, un pobre soldado,
estaba enamorado de la sobrina del capitán de la Compañía. De haberse enterado,
los cien palos no me los quita ni mi padre que bajara del cielo.
-¡Quién hubiera podido
decir que, pasando el tiempo, Juanita iba a ser mí mujer, la Compañera que hoy
comparte mi vida... y mi hambre, porque no hay forma de vender la poca leche
que dan las, cabras!
El año 1885 murió
Alfonso XII, se deshizo el Fijo y a los penados
nos llevaron a Melilla, donde presencié la muerte de Margallo en un
combate con los moros, cerca de Cabrerizas Altas.
Treinta y seis quedamos
de toda la compañía. Al cabo de dos días nos recogieron extenuados por la sed y
el hambre. Nos dieron por todo alimento un chorizo “así de grande”, más amargo
que la retama pero qué güeña nos supo!
Las vicisitudes de la
vida de Juan de Dios Romero siguen por Filipinas, donde fue Teniente Coronel de
los rebeldes “tagalos” en su lucha contra la invasión de Estados Unidos,
después emigro a California y volvio a su labor de pastor de ovejas. Al final
regreso a su tierra natal Huetor Tajar con su esposa Juanita, juntos les vemos
en esta antigua fotografía…
De la segunda parte de
la vida de Juan de Dios, no he podido encontrar más datos, la revista que le
entrevistó se perdió en los procelosos años de la guerra y la posguerra.
Tampoco tengo noticias de cómo vivió la Guerra Civil y cuando falleció.
Pero sigo buscando y
les prometo, queridos lectores, que en cuanto los haya encontrado, volveré a
estas páginas a contárselos. Si es que les ha gustado la primera parte y me lo
permiten.
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