31 de agosto de 2020

LA QUEMA DE LIBROS EN EL VERANO DE 1939

 LA QUEMA DE LIBROS EN EL VERANO DE 1939 

Las bibliotecas particulares pueden definir la ideología de una persona, los contextos
en que se socializa, las compañías, literarias o físicas, que frecuenta, su manera de
enfrentarse al mundo que le rodea.,leer es un acto político y por tanto una práctica
normalmente perseguida por regímenes dictatoriales.
En este sentido, la imagen que más poderosamente se ha instalado en la memoria
colectiva ha sido la de la Alemania nazi, donde la furia desatada contra las páginas de
papel tomó forma en las quemas públicas que organizó el ministro Goebbels en la
primavera de 1933. 

Aunque mucho menos conocidas, las hogueras franquistas también
arrasaron toneladas de libros y otras publicaciones en España a partir de 1936.
Desde el comienzo de la guerra civil los militares golpistas emprendieron una feroz
campaña contra la cultura republicana escrita requisando y quemando millones de
libros a medida que iban ocupando localidades en el país. En todas las plazas de los
pueblos se organizaron hogueras públicas del veneno escrito como acto fundacional de
la etapa que se implantaba tras la ocupación.
En este sentido las autoridades militares en colaboración con las civiles debían requisar
en las zonas controladas y en las que se fueran conquistando toda la documentación de
las “sociedades masónicas, Liga de Derechos del Hombre, Amigos de Rusia, Socorro
Rojo Internacional, Cine Clubs (material cinematográfico), Ligas Anti- Fascistas,
Ateneos Libertarios, Instituciones Naturistas, Ligas contra la Guerra y el
Imperialismo, Asociaciones Pacifistas, Federación de los Trabajadores de la
Enseñanza”. 

En Sevilla, el militar sublevado Queipo de Llano publicó un bando el 4 de septiembre de
1936 y otro el 23 de diciembre de 1936, en el que acusaba a marxistas y judíos de la
propagación de “ideas peligrosas” en los libros, por lo que ordenaba a sus patrullas el
requisar libros, ya fueran de kioskos, de bibliotecas particulares y escuelas, luego
purgarlos y ver qué libros se destruían y cuáles no. Se cree que libros incendiados
fueron miles. Además impuso la censura previa y fuertes multas económicas a aquellos
que escondieras libros prohibidos por los golpistas. 

En la ciudad de Córdoba en el verano de 1936, la quema de libros (así como la
represión, hizo fusilamientos masivos diarios) estuvo dirigida por un teniente de la
guardia civil llamado Bruno Ibáñez, que, en entrevistas concedidas a la edición sevillana
del ABC el 26 de septiembre de 1936 y a El Defensor de Córdoba el 5 octubre, presumía
de que sólo de una vez había destruido más de 5.400 libros. Al mismo tiempo que
destruía todos esos volúmenes, el teniente Ibáñez programó un ciclo de películas
religiosas y de documentales nazis en la ciudad.
Asi en una nota publicada por ABC de Sevilla el 26 de septiembre de ese mismo año
decia sobre la quema de Cordoba:
“En nuestra querida capital, al día siguiente de iniciarse el movimiento del
Ejército salvador de España, por bravos muchachos de Falange Española
fueron recogidos de kioscos y librerías centenares de ejemplares de esa escoria
de la literatura que fueron quemados como merecían. Asimismo, muy
recientemente, los valientes y abnegados Requetés realizaron análoga labor,
recogiendo también otro gran número de ejemplares de esas malditas lecturas
que deben desaparecer para siempre del pueblo español” 

Especialmente trágica fue la quema de libros hecha en un antiguo huerto de la
Universidad Central de Madrid (hoy la Complutense) el 30 de abril de 1939, durante la
Feria del Libro de ese año. La quema fue organizada por el SEU y presidida por los
falangistas David Jato y Antonio Luna, (catedrático de Derecho) que además se encargó
de escoger los libros a destruir (se ha calculado en varios miles). Al acto, acudieron
líderes de Falange, del SEU y algunos jerarcas de la dictadura. Fue noticia en el diario
monárquico ABC y en el católico Ya, éste último publicó el 2 de mayo de 1939 que:
“el Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con
un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central
–huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y
suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas
victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros
torpes y envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las
banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las milicias
universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y mantillas prendían
en el conjunto viril y austero una suave flor de belleza y simpatía. Prendido el
fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre
y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con
ardimiento y valentía el himno Cara al sol”. 

Paco Robles