Francisco Boix fue un privilegiado. Desde 1940 existía en el campo de Mauthausen un servicio fotográfico, llamado Erkennungsdienst y dedicado a hacer retratos policiales de identificación de los presos, pero también –y sobre todo con el tiempo– a otras actividades.
Boix tuvo la suerte de ser destinado allí a finales de agosto de 1941; con él trabajaron algunos austriacos, alemanes y polacos, además de dos españoles: Antonio García Alonso y José Cereceda. Todos ellos gozaban de unas condiciones de higiene, alojamiento y comida mejores que las de sus compañeros (entre 1944 y 1945 gozó sobre todo de ellas el propio Boix, que en esas fechas fue secretario del servicio); también disponían de una cierta libertad de movimientos por el interior del campo, lo que les permitía llevar a cabo determinadas actividades clandestinas.
Boix tuvo la suerte de ser destinado allí a finales de agosto de 1941; con él trabajaron algunos austriacos, alemanes y polacos, además de dos españoles: Antonio García Alonso y José Cereceda. Todos ellos gozaban de unas condiciones de higiene, alojamiento y comida mejores que las de sus compañeros (entre 1944 y 1945 gozó sobre todo de ellas el propio Boix, que en esas fechas fue secretario del servicio); también disponían de una cierta libertad de movimientos por el interior del campo, lo que les permitía llevar a cabo determinadas actividades clandestinas.
Así que, cuando la guerra se acercaba a su fin y los SS de Mauthausen decidieron deshacerse de las fotografías que habían tomado durante años, porque pensaron con razón que podían ser muy comprometedoras, Boix tuvo la audacia de guardarlas y, con la ayuda de un grupo de españoles que trabajaban fuera del campo y de una valiente austriaca llamada Anna Pointner, consiguió esconder una parte de ellas en el pueblo de Mauthausen hasta la llegada de los norteamericanos. Fue entonces, a partir del 5 de mayo de 1945, día de la liberación de Mauthausen, cuando Boix volvió a ejercer su oficio a pleno rendimiento.
Suya es la mayor parte de las fotografías de los primeros días de libertad en el campo, algunas de ellas tan memorables como la que muestra la gran pancarta multilingüe que desplegaron los republicanos españoles para recibir a las tropas libertadoras.
Boix permaneció todavía en Mauthausen hasta principios de junio, momento en que se trasladó a París. En esta ciudad transcurriría el resto de su vida. Ya desde sus primeros tiempos en la capital francesa consiguió que se publicasen muchas de las fotografías que daban fe del horror de Mauthausen, y en 1946 testimonió en dos procesos contra criminales de guerra nazis, celebrados en Nüremberg y Dachau. Murió cinco años después, cuando apenas contaba 30. Nunca volvió a España. Nunca abandonó su militancia comunista.
Estas son algunas de las fotografias publicadas en la Revista REGARDS en Paris en 1945.
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